Publicación de libro: Premio De Abreu 2021

Publicación de libro: Premio De Abreu 2021

Me resulta muy grato anunciarles que ya se encuentra disponible el libro: Premio De Abreu 2021 en la plataforma de Amazon a nivel global. El libro ha sido publicado bajo el sello editorial: Ediciones Ubikness y puede adquirirse directamente, siguiendo cualquiera de los vínculos de las tiendas de Amazon en estos países:

EE.UU. de AméricaCanadáMéxicoEspañaBrasilReino UnidoFranciaAlemaniaItaliaPaíses BajosAustraliaIndiaArabia SauditaSingapur, y Japón.

Esta compilación consta de doce cuentos cortos, enmarcados en el genero de Ciencia-ficción y creados por doce escritores de toda latinoamerica. La Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía y La Cueva del Lobo convocaron a escritores de todo el mundo de habla hispana a participar en el Premio DeAbreu 2021 y en este libro están dos de los cuentos ganadores, más diez cuentos seleccionados como finalistas.

Los autores y obras publicadas son las siguientes:

  • Alejandro Pavez León (Chile): «Paso de la tierra, cruzo el pasto y llego al cielo»

  • Daniel Figueroa Arias (Costa Rica): «La caída de San Pedro II»

  • Juan Iván González (México): «El Rey Rojo»

  • Javier Garrido Boquete (Venezuela): «El extraño caso del señor Neruda»

  • Joseín Moros (Venezuela): «Un par de corazones»

  • Sergio Gaut vel Hartman (Argentina): «El día de Marte»

  • Santiago Roca (Venezuela): «Diario de sueños»

  • Leonardo García (Venezuela): «El Culto de la Ostra Azul»

  • Roberto Lorenzo (Argentina): «Decisiones»

  • Cristhian José Berrocal (Costa Rica): «Algoritmo»

  • Juan Keller (Argentina): «Ingestados»

  • Osvaldo Barreto (Venezuela): «El médico de los abrumados»

La portada es un concepto de Juan Raffo, un viejo amigo de la casa y asiduo colaborador de la asociación.

 

 

La muerte de un telépata (VI – final)

La muerte de un telépata (VI – final)

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VI

Es hora de pagarles una cordial visita a los simpáticos hermanos McKennistas. Han aparecido en mi investigación mas veces de lo que me hace sentir cómodo.

La sede de la iglesia de La Hermandad Sincrética McKennista de Ceres, está ubicada en una zona bastante decente de La Roca, el DistritoE. Tengo que subir tres niveles por el sistema de elevadores públicos para poder llegar a ellos, lo voy a hacer de inmediato, no me gusta perder el tiempo.

Los McKennistas no tienen el monopolio de la telepatía, pero son la comunidad más grande y organizada de telépatas en el Sistema Solar. Esta secta neo-chamánica y seudo religiosa tiene su mayor concentración aquí en La Roca. Los roqueños y los McKennistas consiguieron un maridaje perfecto por ser dos grupos segregados de minorías humanas que se necesitaban el uno al otro para sobrevivir. Por ende lucharon codo a codo contra el gobierno Solar en las dos Guerras Solares, conflictos bélicos causado por las profundas desigualdades y terribles condiciones en que viven los humanos del cinturón de asteroides.

Yo, como regla general de vida, trato de no involucrarme con individuos que puedan leer mis pensamientos a voluntad, pero en mi línea de trabajo es imposible evitarlo. Contratar los servicios de una agencia anti-psi para protegerme, es un lujo que no puedo darme, eso está reservado para las mega-corporaciones y las súper estrellas. Así que para salvaguardar mis preciadas neuronas, tome un curso por correspondencia de protección anti-psi. No es una garantía absoluta; eso es lo primero que te informan cuando decides tomar el curso, pero me permite ganar tiempo, y eso es todo lo que necesito. Las habilidades que aprendí consisten en poner la mente en blanco, ejercicios de repetición y meditación que me enseñaron a controlar mis pensamientos para escudarlos del sondeo telepático.

Ya en el DistritoE, busco un sitio tranquilo para sentarme, necesito unos minutos para activar mi entrenamiento anti-psi antes de dirigirme a la iglesia McKennista.

Los amplios e iluminados pasillos del DistritoE marcan un fuerte contraste comparados con los oscuros callejones de los niveles más profundos. Se evidencia que estos primeros niveles se construyeron con un plan en mente, en cambio mientras mas profundo se excavó, por la explosión demográfica, se hizo sin orden o plan alguno. Aquí, más cerca de la superficie de La Roca, hay plazas públicas y parques que aun mantienen su estructura. Compro una taza de expresso minero y me siento en un banquito de una pequeña plaza en frente del Café Gato Negro, a pensar y a meditar antes de enfrentarme a los McKennistas.

Sorbo los últimos tragos de mi café sintético y repito por ultima vez los mantras que me enseñaron para proteger mis pensamientos. Cierro los ojos y me levanto finalmente para dirigirme hacia la iglesia, que se encuentra a unos cientos de metros al oeste de donde estaba sentado.

La iglesia de la Hermandad Sincrética McKennista, es un edificio poco llamativo pero muy concurrido. Originalmente fue un centro administrativo para la actividad minera en el asteroide, pero luego de los conflictos Solares, todas las oficinas administrativas fueron trasladadas a Marte. La estructura de dos pisos, asoma su fachada de entre la roca madre y se sitúa en un callejón muy transitado del DistritoE, a su izquierda lo flanquea un bar de mineros y a su derecha un taller de reparación de bots.

Al entrar, fui recibido por una chica muy joven y guapa quien se presento como Leocadia, la asistente de las gemelas Dulfo: Pernilia y Ornelia, quienes dirigen esta sede. Ese nombre se me hace conocido, ¿estarán relacionadas con Panagérico Dulfo, el dueño de La Ostra Azul?, las coincidencias no existen.  Me identifique, y le dije que necesitaba hablar con estas hermanas. Me llevó a una pequeña salita de espera y me pidió que aguardara mientras me anunciaba. Unos minutos después, dos señoras ancianas, casi idénticas, me recibieron en su pequeño y austero despacho. Daban la impresión de ser dos dulces abuelitas, con sus cortos cabellos blancos y sus rosados cachetes, sin embargo, yo sabía que esa impresión era meramente superficial. Se notaba que mi presencia ésa tarde les importunaba en su ajetreada rutina diaria.

— ¿Qué podemos hacer por usted, Señor Peña? —Ornelia fue directo al grano, era evidente quien era la gemela dominante. Pernilia parecía su reflejo, sin embargo se mantenía distante.

—Hermana, disculpe por venir a perturbarla. Me contrató la señorita Ana Rosa Quijada-Gutiérrez, sobrina del Doctor Julián Alonso Quijada-Gutiérrez, para investigar su desaparición. Creo que ustedes conocían muy bien al finado doctor.

—Loncho era uno de nuestros mas queridos hermanos —dirigió la mirada a sus manos entrecruzadas en el regazo—. Fue una muy dura pérdida.

— ¿Sabía que el hermano Loncho cometió suicido, hermana? —yo también iría directo al grano.

Se quedaron muy calladitas por unos instantes, no parecían sorprendidas, mas bien confundidas. Se miraron la una a la otra por un segundo. Ornelia me dirigió una mirada fría y nada amigable.

— ¿Teníamos entendido qua las autoridades lo habían catalogado de asesinato?

Introduje la mano en el bolsillo interno de mi gabardina y saque el volante doblado que había robado de la inmunda habitación y última morada de Kilroy Henry, estire el brazo y se lo acerque a la hermana Ornelia Dulfo. Ella dudó y lo observó como si le estuviera entregando una rata muerta.

Pernilia se estiro y lo tomó de mí mano. Lo leyó para sus adentros y luego observó a su hermana en silencio. Era obvio que se comunicaban telepáticamente.

Luego de un largo silencio Ornelia dijo:

—Su entrenamiento anti-psi, es muy malo, señor Peña. Podemos leer sus intenciones como un libro abierto. — ¡mierda!, pensé. Perdí los reales de ese curso.

—Entonces deben saber que solo me interesa cumplir los deseos de mi cliente: la señorita Quijada. Ella merece saber qué le sucedió a su tío y porqué.

Se miraron de nuevo por unos segundos. Voltearon ambas hacia mí y ahora fue Pernilia quien hablo.

—Señor Peña —comenzó lentamente—, hay mucho de este universo que usted desconoce. Usted habló con el hermano Loncho hace unos días en la morgue ¿no es así? Él ya no esta con nosotros en este plano, sin embargo, eso no significa de ninguna manera, que su esencia haya desaparecido. Nosotros, los Mckennistas estamos en contacto con diversos planos energéticos que coexisten en el universo. Chamanes tan poderosos como el hermano Julián Alonso, son capaces de trascender este plano material y habitar en frecuencias más elevadas de conciencia.

— Pero, ¿por qué tuvo que morir de esa manera?

Volteó a mirar a su hermana de nuevo, casi podía adivinar lo que se decían: “Vamos a decirle. Es inofensivo” “No seas idiota hermana, no confíes en nadie”. Finalmente Pernilia se volteo hacia mí y continúo diciendo:

—Señor Peña. Hay cosas que le podemos decir y otras que no. Espero que la respuesta que le demos sea de la satisfacción de su cliente, ya que no obtendrá nada más de nosotras.

Hizo una corta pausa como para ordenar sus ideas y luego comenzó:

—El doctor Julián Alonso es parte de un designio muy grande y ambicioso para el futuro de la humanidad, que requería que él abandonará para siempre este plano físico —Pernilia hizo otra pausa. Podía sentir la presión mental que su hermana ejercía, estaban teniendo una pelea telepática frente a mí. Finalmente Pernilia gano la riña y continuó—. Lo que nosotros hacemos, nuestro propósito último, no es visto con buenos ojos por aquellos en el poder. Esto, usted lo sabe perfectamente. Las actividades del hermano Loncho estaban comenzando a levantar muchas sospechas, se convirtió en un blanco con un perfil muy elevado. Ya no era libre de realizar las acciones necesarias sin comprometer a toda la organización. Por otro lado, su cuerpo físico estaba empezando a evidenciar los síntomas del deterioro natural por haber sido un soldado durante las guerras psíquicas.

—Loncho estaba sufriendo de Temblores, ¿cierto?

—Ya eran casi incontrolables. Le quedaba poco tiempo —me miró directamente a los ojos y lo próximo que dijo no salió de sus labios—. La manera en que el hermano Loncho eligió para dejar este plano, señor Peña, fue escogencia suya y solo suya. Pero, no tenga duda, lo hizo por el bien mayor de la humanidad, él es un mártir.

 

Deje la iglesia de la Hermandad Sincrética McKennista con mal sabor en la boca y una sensación de vacío en el estomago, aunque es posible que se deba al hecho de no haber probado bocado en dos días. No obstante, no había nada en el relato de las gemelas Dulfo que me hiciera dudar de la sinceridad de sus palabras.

Al regresar a mi oficina, antes que nada, le pedí a Moria que me preparara un sándwich de queso y una gran taza de café. Estaba famélico. Necesitaba poner en orden mis ideas antes de hace lo que tenia que hacer: llamar a la dulce sseñorita Ana Rossa, con su tierno acento marciano y darle el reporte de mis últimos descubrimientos. No creo que le guste ni un poquito lo que le tengo que relatar.

Habían pasado menos de veinticuatro horas desde que recibí la primera Eter-llamada de Ana Rosa, sin embargo, sentía que la conocía de muchas vidas atrás. Había algo en su esencia que me atraía hacia ella.

Cuando su ovalado rostro apareció finalmente en mi Eter-pantalla, parecía haber envejecido veinte años. Estaba ansiosa por escuchar de mí. Comencé mi relato mostrándole el reloj de leontina que había recuperado de la casa de empeño, y rompió a llorar de nuevo. Le conté como descubrí al asesino de su tío en el Dulce Albergue, omitiendo los nauseabundos detalles, por supuesto, y le mostré la nota de suicidio. Ella no entendió al principio, así que proseguí a narrarle la explicación que me dieran las abuelitas McKennistas. Al terminar, ella estaba en negación.

— ¿Qué me tratas de decir, Desiderio? —replicó desencajada. — ¿Qué el verdugo que asesinó a mi tío a sangre fría, merece misericordia? ¿Qué no fue su culpa haberlo matado?

—Lamento tener que decírtelo así, Ana, pero tu tío Loncho, no fue la victima de un asesino —respondí con calma—. Él planeo y ejecutó su suicidio. Kilroy Henry solo fue un pobre diablo cuyas circunstancias estaban más allá de su control. Y creo que pagó el precio más alto por sus actos.

—Eso es absurdo, Desiderio. Mi tío amaba la vida, jamás hubiera cometido suicidio.

—Pues sospecho que por eso escogió a ese desdichado para hacer su trabajo sucio —hice una corta pausa, luego añadí—. ¿Sabias que tu tío sufría de Agotamiento Nervioso Irreversible?

— ¿El tío Loncho sufría de Temblores? —una nota de tristeza salpicó su voz. —Nunca me lo dijo.

—Encontré evidencia de esto en su habitación y las gemelas Dulfo me lo confirmaron.

—Pudo habérmelo dicho, yo lo hubiera ayudado.

—Sospecho que prefirió acabar con su vida a su manera, antes que tolerar una lenta y dolorosa muerte.

Ana hundió el rostro en las manos y sollozo en silencio. Yo sentía unas dolorosas ganas de abrazarla y reconfortarla, no soportaba verla sufriendo. Por unos minutos permanecí en silencio buscando las palabras correctas. Nada de lo que dijera la haría sentir mejor, así que arranque como pude.

—Si hemos de creer en las palabras de las hermanas McKennistas, Ana, tu tío es una pieza fundamental en un plan muy grande cuyo rol no terminó con su muerte. Su asesino, solo fue un peón que cumplió una función en un tablero tan grande, que somos incapaces de contemplar su envergadura. Se que nada de esto mitiga tu dolor, pero creo que debes estar orgullosa del sacrificio que tu tío está realizando por un bien mayor.

Mis palabras lograron hacer que su semblanza se suavizara solo un poco. Estaba funcionando y ella seguía en silencio así que continué.

—Yo soy un hombre sencillo, cariño, no creo en las cosas que no puedo ver, y no pierdo mi tiempo contemplando el infinito. Sin embargo, los McKennistas, creo  yo, saben lo que hacen. Su objetivo final es derrocar al status quo y comenzar una nueva era, ese es un fin por el cual vale la pena dar la vida. Por eso tu tío hizo mutis de este plano, para desaparecer del radar de los Servicios de Inteligencia Solar —hice una pausa, las posibles consecuencias de mis palabras me golpearon de repente—. No deberías discutir estos temas abiertamente con nadie, Ana, podrías estar en peligro solo por hablar de ello. Yo, no tengo ya nada que perder, y la verdad es que desde hace muchos años que no me asustan las autoridades solares, ya no son mas que una triste y obscena caricatura de aristocracia, creo que es hora que les caiga la locha. A la humanidad le hace falta desesperadamente un cambio de paradigma. Si yo tuviera que apostar por el futuro de la raza humana, mi dinero estaría en los McKennistas.

 

 

FIN

La muerte de un telépata (V)

La muerte de un telépata (V)

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V

La descripción que me diera el dueño del Minero Feliz de Kilroy Henry, el desdichado que le trajo el reloj para empeñar, concuerda con la de Casimiro. Me dijo que era un picapiedra consumido por el alcohol, un mendigo conocido perteneciente a la fauna local. Ratero de poca monta y buscapleitos profesional. Siempre le traía baratijas para vender que le había robado a algún incauto. Hasta me describió en detalle el viejo abrigo minero verde; dijo que era “tan grande como hediondo y andrajoso”. Bingo.

El sospechoso acudió al local de empeños la tarde del día siguiente del asesinato, según relató el dueño. Le mintió al contarle que le había robado el reloj a un despistado turista que pescó en la Estación Central a hora pico. El dueño le ofreció una suma muy por debajo del valor real del reloj, arguyendo que era una copia, pero el sospechoso no se quejo, tomó el dinero y huyó sin más. Se le veía nervioso y agitado, por ser un adicto consumado, el dueño no le dio importancia a su extraño comportamiento.

 

Con el reloj a buen resguardado en el bolsillo interno de mi gabardina, regresé a la estación central de elevadores. Tengo que llamar a Moría para que consiga los antecedentes del sospechoso, y aquí, sobreviven los pocos Eter-terminales públicos de la zona.

—Oficina de Desiderio Peña, Investigador privado. ¿En que podemos servirle? —la vos de mi fembot asistente se escuchaba ahogada a través del conmutador de la estación central.

—Moría, cariño. Necesito que indagues toda la información que puedas, sobre una escoria llamada; Kilroy Henry, un malviviente del DistritoH. Antecedentes criminales y laborales, historial medico y familiar, cómplices habituales, pasatiempos y residencia conocida.

— ¿No quieres que averigüe la marca de cigarros que fuma?

—Eso, si, se me olvidaban. Importante.

Un par de bocanadas de mi cigarrillo después, Moría comenzó;

—Kilroy Tiberius Henry, nativo de Ceres, 36 años. Su certificado de nacimiento indica que nació en un túnel de minería, madre y padre picapedreros de la Polaris Mining Co desde la infancia. Ambos fallecidos en un accidente minero hace veintidós años. Kilroy fue picapiedra por quince años, hasta que lo botaron por innumerables faltas al código laboral de la Polaris: ebrio en su puesto de trabajo.

Ha estado preso más de veinte veces, pero ninguna por más de dos semanas. Historial de abuso de substancias; alcohol, nicotina, speed, pizarra, y barbitúricos. Ha estado internado en rehabilitación por drogas y alcohol tres veces. Miembro reincidente de Alcohólicos Anónimos. Cargos por hurto menor, vandalismo, perturbar el orden público, actos lascivos, posesión de drogas, insultar a la autoridad, etc., etc. Nada de delitos mayores en su prontuario, Desiderio.

—Pues parece que el muchacho se cansó de las ligas menores. ¿Tiene residencia registrada?

—Su último domicilio en registro es una pensión en el callejón Saturno del DistritoH, de nombre; El Dulce Albergue del Descanso Eterno.

—Sé donde está. Gracias cariño.

CLICK

 

El Dulce Albergue del Descanso Eterno, es un motelucho apestoso con solo prostitutas y rufianes como inquilinos. En mi época en la Policía Solar hicimos cientos de redadas en esta pocilga buscando sospechosos.

La recepción del Dulce Albergue es un cubículo enrejado al fondo de una pequeña salita de lobby con muebles arruinados y una alfombra cuyo color es difícil de adivinar. El recepcionista veía absorto la pantalla de un pequeño receptor del Eter, donde se reproducía una novelita barata sobre Piratas de Asteroides.

Tuve que golpear la reja con mi revolver para poder llamar su atención.

— ¿Qué carajos? —al ver el arma el recepcionista pego un brinco—. ¿Policía?

—Peor, un Investigador privado bien pagado y muy motivado.

— ¿Qué coño quiere? Aquí los de su clase no son bienvenidos.

—Me importa un comino ser bienvenido, no es una visita social —deslicé cincuenta créditos por la ranura de cobros.

—Con esa canción debió empezar, mister detective motivado. Mi nombre es Lexinterix, en que puedo ayudarlo.

Kilroy Henry, ocupaba la habitación 42 del cuarto piso desde hacia dos años y medio, la ultima vez que salió de rehabilitación. Tiene cuatro semanas de renta vencida, y tres días que no sale de su habitación. Lo que, según el recepcionista, no era algo inusual en él.  Yo sabia que el Dulce Albergue no tenía la política de tener cámaras en las habitaciones, ni sistema de comunicación con los residentes, como otras pensiones, así que, le pedí al recepcionista que me acompañara a la habitación 42 con la llave maestra en mano.

Apenas llegamos al cuarto piso, un leve, pero fétido aroma, comenzó a confirmarme lo que ya sospechaba en mis entrañas.

El hedor a muerte era tan leve que el resto de los inquilinos apenas lo sentían por encima del tufo natural del albergue, pero mi nariz de sabueso nunca se equivoca.

Cuando el recepcionista desbloqueo la pesada puerta de metal de la habitación, una pared de vapor pestilente acumulado nos abofeteo con violencia las fosas nasales. Lexi se fue en vomito de inmediato, yo logre mantener adentro el sandwich de atún que comí en mi almuerzo, pero no sin un gran esfuerzo. La imagen de la escena final en la vida de Kilroy Henry era muy horrenda. El muy desdichado intentó suicidarse, colgando de un grueso mecate atado a una lámpara del techo. Por la posición del cuerpo, la gran cantidad de sangre y el estado de su cráneo, sospecho que la base de la lámpara no soporto su peso, probablemente colgó por unos segundos y luego se rompió, cayendo encima de una sólida mesa de metal que ocupa casi toda la sala de la habitación, partiéndose la cabeza. Vaya forma de morir. Por la lividez del cuerpo y el estado de descomposición debe tener al menos dos días muerto.

Entre los objetos encontrados en su habitación, había lo que parecía ser una nota de suicidio en la mesa de la cocina, la tome con rapidez, y me la guarde en un bolsillo de la gabardina antes que el recepcionista reaccionara de las profundas arcadas que hacia en el pasillo.

 

Minutos después, una comisión de uniformados Solares inundó la escena del crimen. Justo lo que yo no quería. Solo vienen a entorpecer mi trabajo. El detective encargado del caso era al comisario Cornelio Astrolfo, Jefe del Buró contra Homicidios, de la Policía Técnica Solar, otro viejo conocido.

—Como en los viejos tiempos; uno llegaba a la escena de un crimen y encontraba a Desiderio El sepulturero Peña, inclinado inspeccionando un cadáver. Hay cosas que nunca cambian, ¿verdad Peña?

—Comisario Astrolfo. Podría decirle a sus esbirros que no contaminen mi escena del crimen.

—¿ escena del crimen? —pronunció aquella frase en el tono mas burlón que podía y en voz alta para que todos sus tontos sabuesos lo escucharan.

—Yo la descubrí y la estoy investigando —respondí sin alzar la vista del cadáver que examinaba.

—Vamos Peña, no me des bronca —bajó el tono de voz y se me acercó confidencialmente—. Sabes que solo hago mi trabajo. ¿Para quién estas trabajando? Si tú estas aquí, no debe ser solo un desdichado que pateo el tobo.

—No te metas en mi camino, Cornelio. Yo también estoy haciendo mi trabajo.

 

Los “técnicos” en criminalística del comisario Astrolfo, hicieron un desastre con mi escena del crimen, como me lo suponía. Al menos pude registrarla unos minutos antes de que se aparecieran. Hice un rápido interrogatorio entre los vecinos del albergue de Kilroy Henry, todos coincidían en que el sospechoso había entrado a su habitación por ultima vez hace dos días, la madrugada del jueves. Una prostituta muy vieja y arrugada quien ocupa la habitación al final del pasillo, lo había visto entrar aquella noche. Estaba solo, me dijo la fichera, pero me dio la impresión de que hablaba con alguien. Como los locos, pero Kilroy no estaba loco, no señor.

Cuando salí del Dulce Albergue del Descanso Eterno, caminé casualmente por el callejón Saturno hasta llegar a la intersección con el callejón Sur. Encendí un cigarrillo y cuando estaba seguro que nadie me observaba, saque del bolsillo interno de mi gabardina la nota que tome de la mesa de la cocina de Kilroy Henry.

Estaba doblada en cuatro, era un panfleto de la Iglesia De La Hermandad Sincrética McKennista de Ceres. En su anverso, invitaban al público general a sus congregaciones semanales para la meditación y la elevación espiritual. Su reverso lo había escogido Henry para dejarle una nota al cosmos. Escrito con tiza de grafito negra y con una terrible ortografía decía lo siguiente:

 

Yo no quería matarle.

Lo juro.

Él me lo pidió.

 

CONTINUARÁ…

La muerte de un telépata (IV)

La muerte de un telépata (IV)

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IV

De vuelta en mi roñosa oficina.

El relato de Casimiro me dejo con más preguntas que respuestas. No sé si éste chico sea un narrador confiable.

Debo llamar a mí empleadora para darle las tristes noticias y hacer un informe de mis hallazgos hasta ahora. Los siguientes pasos pueden ser peligrosos y es mejor que esté enterada de los acontecimientos, antes de que me suceda algo a mí.

Despierto del modo de reposo a Moría, para escuchar mis mensajes y ponerla al tanto de la investigación.

— ¿Algún mensaje, Moría?

—Varios, Desiderio, ¿quieres escucharlos ahora?

—Dale play.

BEEP – Recibido ayer 22 de noviembre a las 14:30 horas; “Señor Dessiderio, habla Ana Rosa Gutiérrez, espero noticias de usted. Comuníquesse conmigo en la brevedad posible”

BEEP – Recibido ayer 22 de noviembre a las 17:15 horas; “Peña, habla Morandini, tu casero. Ya me debes tres meses de renta. Si no me pagas está semana te mando a desalojar, con todo y el carcamal de fembot que llamas secretaria”

BEEP – Recibido ayer 22 de noviembre a las 18:21 horas; “Sepulturero, habla Mortadelli.  Tengo extrañas noticias acerca de tu fiambre. Es un muerto muy solicitado. Unas horas luego que te fuiste, dos tipos con aspecto de matones, que decían venir de la iglesia del McKennismo lo vinieron a ver, dijeron que el muerto era uno de los suyos.  Pero si esos dos eran religiosos, yo soy la Reina Selene. Estuvieron a solas con el muerto un par de minutos y luego se fueron. Me mostraron una tarjeta de presentación con una dirección que memorice: Iglesia De La Hermandad Sincrética McKennista de Ceres. DistritoE, sub-nivel 21, Callejón del Amanecer, local 42.  Espero te sirva de algo. Me debes una, Sepulturero.”

BEEP – Fin de los mensajes.

— ¿No entiendo porque no tienes un Eter-pad? O ¿Por qué no mandas a que te remplacen tú Eter-link neural? Podrías recibir tus mensajes y buscar datos de manera instantánea.

—Lo prefiero así, cariño. Para conectarme con el Eter, te tengo a ti.

— ¿Alguna avance en el caso del terráqueo desaparecido?

—Pues si, pero no es un caso tan sencillo como parece.

— ¿Puedo ayudarte en algo, Desiderio? Si me llevaras contigo podría ser de mucha utilidad. Conectada a la toma de la pared me siento inservible y caduca.

—No dejes que el pelmazo de Morandini y sus comentarios de mierda te afecten, Moría. Me eres muy útil tal y como están las cosas —sentí genuina tristeza por mi pobre carcamal de secretaria—. Vamos a seguir intentando reparar y mejorar tu sistema de acumulación de carga, cariño. No importa lo que cueste. Este caso nos va a dejar una buena pasta, podré pagarle a la sanguijuela de Morandini, y después buscaremos el mejor taller de androides de Marte. Esos que hacen mejoras estéticas personalizadas.

—Eso me gustaría mucho, Desiderio. —sus ojos de cristal cambiaron de color sutilmente, pasaron de índigo claro a un magenta muy intenso. Había apoyado su cabeza metálica de mi hombro.

—Bueno, ahora hay que seguir trabajando, cariño. Tengo que comunicarme con la sseñorita Gutiérrez. ¿Me puedes hacer esa llamada?

—Si, claro. De inmediato, Desiderio.

 

La señorita Ana Rosa Gutiérrez apareció en la pantalla de mi Eter-comunicador, apenas un par de minutos después. La ansiedad se manifestaba en unas tenues líneas en la frente de su juvenil semblante. Sin embargo, hizo el esfuerzo de esbozar una breve sonrisa al verme.

—Sseñor Dessiderio, que alegría verlo. Dígame que tiene buenas noticiass.

—Lamentablemente, no es así, señorita Gutiérrez. —hice una larga pausa, dándole tiempo que asimilara lo que yo no quería decirle con palabras. Esta es siempre la parte más difícil de mi trabajo.

La joven chica marciana entendió de inmediato y rompió en llanto al otro lado de Eter. Era obvio que sospechaba este resultado, pero no pudo ocultar su dolor. Un minuto después, se limpió las lágrimas y su rostro se solidificó en una expresión de solemnidad serena que la hacia parecer mucho mayor de lo que en realidad era.

—Disculpe, sseñor Peña. Quería mucho a mi tío, a pessar de que teníamos muchoss añosssin vernoss.

—No tengo nada de que disculparla, señorita Gutiérrez.

—Por favor, llámeme Ana —su expresión monolítica se suavizó un ápice—.

—No tengo nada de que disculparte, Ana —sus mejillas mostraron un pequeño rubor rosado.

—Muy bien —su cara de seriedad, había vuelto—. ¿Qué ha podido averiguar sobre la… muerte de mi tío?

—Tu tío murió apuñalado en el callejón Oeste del DistritoH, la madrugada del jueves 21 de agosto —hice una solemne pausa—. Aún ignoro que podía haber estado haciendo en esa zona, ya que es un área extremadamente peligrosa para los extraños. ¿Sabias algo de sus actividades, algo que podía haberlo llevado allí?

—El tío Loncho era muy reservado. Yo muchas veces trate de ir a visitarlo, pero el siempre me daba excusas para que no lo hiciera. Secretamente le enviaba dinero, ya que ignoraba como sobrevivía allá. Aunque sospecho que no le hacia falta.

—Pero si sabias que tu tío era un chaman psi y un Hermano McKennista de altas esferas.

—Si, claro.

— ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Nunca me preguntaste la razón por la cual era considerado un traidor al Sistema Solar.

Touche.

—Ademass sabía que esso lo averiguarías ssin mucho esfuerzo.

—El atacante de tu tío, le hurtó las pertenencias que portaba antes de huir —cambie rápidamente el tema, después habrá tiempo para galanteos—. ¿Sabes si tenía alguna posesión personal que atesorara, o que tuviera algún valor?

—El tío Julián, posseía un hermoso reloj de leontina de oro, una reliquia que había sido de nuestra familia por generaciones. Era ssu más preciada posessión. Mi padre lo odiaba por habérsselo llevado, juraba que se lo había robado del escritorio del bissabuelo. Pero yo sé, de boca del propio abuelo, que él sse lo regalo a Julián. Esto ocurrió hace décadas, Dessiderio, ignoro si el tío Julián aun estaba en posessión de dicho reloj.

— ¿Tenia alguna marca o inscripción particular, éste reloj?

—Una frase escrita en la tapa, del Quijote, creo, a ver si recuerdo bien —pensó por unos segundos con la mirada perdida en su pasado—. “Confía en el tiempo, que suele dar dulcesssalidas a muchas amargas dificultadess”. Y una fecha que no recuerdo.

—Muy bien, eso me puede servir. Revisé toda su habitación y no vi ningún reloj allí. Si el atacante se lo llevo podría ayudarnos a dar con él.

— ¿Crees que asesinaron a mi tío para robarle su reloj?

—Es una posibilidad, según la descripción del único testigo, el atacante podría ser un pordiosero.

—El tío Julián era un chaman McKennissta de grado 6, Dessiderio, y un veterano de guerra —su expresión de seriedad se endureció aun mas, creo que herí su orgullo—. A pesar de ser un devoto pacifista y un anciano, no dudo en que pudo haber dominado mentalmente, a cassi a cualquier individuo. A menos que ese pordiosero fuera alguien ssimilar a él.

—Eso es justamente lo que pretendo averiguar.

 

El dato del reloj de leontina me da un hilo de donde tirar. Pero hay que actuar con velocidad, debo visitar todas las casas de empeño del DistritoH y sus aledaños, pero ya. Cada minuto que pasa, el reloj, si existe, puede estarse alejando de nuestras manos. También debo chequear la pista que me regalo Mortadelli, después me daré una pasada por la Hermandad Sincrética Mckennista de Ceres y veré si me puedo apuntar a su programa de asimilación avanzada para nuevos acólitos.

 

De vuelta en los sub-niveles del DistritoH.

La Roca, por ser el principal puesto de acopio de toda la minería en el Cinturón de Asteroides, esta llena de casas de empeño. Están por doquier, y mientras mas profundo bajes, mas hallarás, pero cada vez de peor reputación. Es cierto que el recurso más valioso del Cinturón de Asteroides es el agua, que se encuentra en forma de bloques de hielo, sin embargo, los mineros aprovechan los demás metales que hay en abundancia; como el Paladio, el Platino, el Iridio y el Oro para revenderlo y poder balancear sus miserables salarios.

Después de visitar más de una docena de estos decentes establecimientos con los más ladinos nombres; Dinero Rápido Ya, Liquidez Inmediata, La Calentura del Oro, Las Vacas Gordas, El Genio de las Piedras Preciosas, Rocas por Crédito Ahora, Cobra y Corre. Y de interrogar a una decena de encargados, amargados y poco colaboradores, creo que di con lo que estaba buscando. En un local de mal aspecto al final de un túnel semi-tapiado por algún viejo colapso, veo un reloj de leontina en su vitrina. El negocio tiene el llamativo nombre de El Minero Feliz y solo se encuentra a unos tres peñonazos del Hoyo de Queque. Me dispongo a entrar e interrogar al encargado.

TLING – TLING – Sonaron las campanitas colocadas encima de la puerta para anunciar la entrada de nuevos clientes.

El negocio es inmenso, pero esta atiborrado de todas las cosas habidas y por haber, hasta el techo. Muebles, Ropa, Guitarras y otros extraños instrumentos, aparatos electrónicos para todos los usos conocidos, y joyas, muchas joyas. Todo esta resguardado con rejas, como es costumbre en esta zona. El encargado te habla a través de un sistema de intercomunicador, y hace los canjes mediante una gaveta-bóveda que abre para ambos lados del mostrador reforzado.

— ¿Eres Poli? —la voz era aguda y sonaba muy distorsionada a través del pequeño altavoz—. No queremos problemas.

—Estoy interesado en piezas antiguas. Soy un coleccionista.

—Esto no es un museo, si tiene rocas para vender, colóquelas en la gaveta.

—Quiero que me muestres el hermoso reloj de leontina que tienes en la vidriera. ¿Tienes documentos de propiedad de esa chuchería?

— ¡¿Documentos?! ¿Quién carajos eres?

—Puedes estar en posesión de propiedad robada, además de posible evidencia en un homicidio. ¿Supiste del tipo que navajearon en el callejón Sur la semana pasada? —hice una corta pausa y antes que dijera algo—. Puedo tener a la Policía Solar aquí hurgando en tus registros en veinte segundos —si hay algo que los roqueños evitan a toda costa, es a la Policía Solar y este idiota ignora que a ellos les vale verga el asesinato de Loncho.

Le mostré mi credencial de Investigador privado.

—Está bien, está bien, no se moleste. Tengo un negocio honrado, no soy responsable de lo que suceda fuera de las paredes de mí establecimiento.

—Muéstrame el reloj. ¿Quién te lo trajo?

El dueño se levanto de su asiento como si le hubiera saltado un resorte a la silla, era un hombre muy delgado. Logre ver brazos largos y huesudos asomar por la mangas de su colorida camisa floreada cuando se estiró a tomar el reloj de su lugar en la vitrina. Típica fisonomía roqueña, debe ser roqueño de tercera generación, al menos.

La gaveta-bóveda se abrió con un fuerte sonido metalito. Dentro, un hermoso reloj dorado con una corta cadena me esperaba.

— ¿Quién te lo trajo? —insistí mientras tomaba el reloj de la gaveta.

—Kilroy Henry —susurró el dueño del Minero Feliz a través de su pequeño altavoz.

Los vellos de mi nuca se erizaron al leer la inscripción que tenía aquel reloj en su dorada tapa.

 

“Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”

D del T. Junio 3, 1945.

 

 

CONTINUARÁ…

La muerte de un telépata (III)

La muerte de un telépata (III)

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III

Como dije antes, mis conocimientos médicos, son, para decirlo rotundamente: mediocres. Sin embargo, un diagnostico de Agotamiento Nervioso Irreversible solo puede significar una cosa; el paciente era un psi. Un telépata, o muy probablemente un McKennista. Y si sumamos a esto el hecho de que encontramos en su habitación un souvenir del bar la Ostra Azul, pues es evidente que nuestro doctor era, no sólo un mentalista, sino muy posiblemente un veterano de las Guerras Psíquicas, sufriendo de deterioro nervioso agudo. Esto secuela del uso de sus habilidades mentales para la muerte. ¡Vaya personaje este Loncho! Un terráqueo luchando del lado de los Picapiedras. Con razón los polis lo odian y lo tildan de traidor al Sistema Solar.

A mí me vale verga si el buen doctor tuvo sexo con el mismísimo Rey de Marte, o si fue una dulce palomita. A mí me contrataron para revelar su paradero, y su paradero final fue la morgue. Así que el siguiente paso lógico a seguir, es hacer justicia para la familia de la señorita Ana Rosa y cumplir el trabajo que la Policía Solar esta jurada a realizar, pero se niega a hacer; descubrir ¿Quién asesino a un telépata?

Esto, es ya un problema en sí mismo.

A ver, asesinar a quemarropa a un individuo que puede leer y manipular tus pensamientos en un rango promedio de 150 metros es algo bastante complicado. Y sí este personaje además, está entrenado para hacer la guerra con sus destrezas psíquicas, pues es doblemente complejo. Obvio que nuestro sujeto era un individuo de edad bastante avanzada y que a suponer por el diagnóstico, debía estar, al menos, empezando a sufrir de los temblores. Sin embargo debió haber sido un oponente formidable. Tengo que buscar mas evidencias que me aclaren mejor el panorama de su muerte.

Siguiente escala; la morgue de Ciudad Picapiedra, debemos conocer a nuestro querido doctor Loncho en persona.

 

—Vaya, vaya, si no es el mismísimo Desiderio El Sepulturero Peña.

—Hace más de diez años que nadie me llama por ese apodo, viejo degenerado. —el encargado del turno de medianoche de la Morgue Municipal, es un viejo conocido. Vine a estas horas con la intención de encontrarme con él aquí, es un forense con años de experiencia y de confianza.

—Y que trae al viejo Sepulturero a la morgue a estas horas, ¿Hay alguno de aquí que sea obra suya?

—Deja de llamarme así. Ese mote lo entregue junto con mi placa. —acoté con aspereza mientras sacaba un cigarrillo de mi chaqueta y me lo llevaba a los labios.

—No puedes fumar aquí, Peña. Lo sabes.

—No pensaba encenderlo, Mortadelli, tranquilo.

— ¿Qué coño es lo que necesitas? —agregó finalmente.

—Estoy aquí por uno de tus inquilinos. Un fiambre llamado Julián Alonso Quijada-Gutiérrez.

El Doctor Quijada-Gutiérrez me recibió en su ultimo y acogedor aposento; una gaveta criogénica sólo un poco más grande que su cubículo del DistritoC. Su cuerpo, conservado en gases de hidrogeno a temperaturas bajo cero, estaba perfectamente conservado como el ultimo día en que dio un respiro. Su rostro tenía expresión serena y una mueca similar a una sonrisa, como si hubiera muerto de forma placentera. Las marcas de las laceraciones que dejo el puñal habían sido cauterizadas y eran ahora ocho largos y sinuosos queloides que hacían parecer su pecho un antiguo mapa del tesoro pirata.

Su estado físico era muy bueno a pesar de su edad. No tenía ninguna otra cicatriz, ni algún tatuaje.

—No hay heridas defensivas en las manos, o en los antebrazos. Como si no hubiera opuesto resistencia. ¿Habías visto algo así? ¿Estaba bajo la influencia de alguna droga? ¿Alcohol?

—Había bebido bastante pocas horas antes de su muerte. Su nivel de alcohol en la sangre era de 2.7.

— ¡Wow! Estaba al borde de la inconciencia. ¿Me muestras el informe de la autopsia?

—Voy a buscarlo.

Seguí con la vista al patólogo mientras salía de la habitación criogénica en dirección a su oficina, cuando volví la mirada a las gavetas mortuorias, el doctor Quijada-Gutiérrez, me miraba casualmente sentado en su camilla con expresión de asombro. Era un poderoso telépata. Ahora es solo un aferrado.

— ¿Así que usted es el detective que va a resolver el caso de mi asesinato? —su cuerpo desnudo, pero aun congelado, crujía cuando se movía.

—Me esta pagando su sobrina, Ana Rosa. Mi nombre es Desiderio Peña.

—Tan dulce, Anita. La única en esa familia de gilipollas que vale la pena.

— ¿Por qué no me dice quien lo mato y me ahorra mucho trabajo y penurias? Debe haber sido otro poderoso telépata, un viejo enemigo tal vez.

—Eso te lo puedo decir fácilmente, detective, pero no significaría nada. Además, te robaría la emoción de la búsqueda. Busca al chico del bar. El lo vio todo.

— ¿En la Ostra Azul?

—No, idiota, en el DistritoH, donde me apuñalaron. ¿No haz visitado la escena del crimen aún?

—Preferí venir a verlo en persona primero.

—Joder, como sea. Me desvanezco. El hijo de dueño del bar lo vio todo, en el DistritoH. —mientras decía esto, volvía a acostarse en su camilla. Asumió la misma posición y la misma expresión facial que había tenido antes de su resurrección espontánea.

Unos segundos después, el patólogo Cosmo Mortadelli entraba de nuevo en el cuarto criogénico con el reporte de la autopsia. No había nada en el que me sirviera de algo.

El doctor Loncho en su estado aferrado de semi-vida, tiene razón, mi próximo paso debe ser visitar la escena del crimen en el DistritoH.

 

Me dispongo sin demora a visitar la zona en cuestión, ya que lo mejor será revisar el área alrededor de las mismas horas en que sucedió el crimen. Abordo uno de los inmensos elevadores públicos en la plaza Garibaldi para descender hasta el DistritoF, a estas horas solo unos pocos desdichados los usan. Desde ahí tengo que seguir descendiendo a pie, o en transporte privado, los ascensores en esos niveles tan profundos de La Roca tienen décadas sin funcionar. El informe policial decía que el cadáver fue reportado por el dueño del bar El Hoyo de Queque, un sucio abrevadero local, ubicado en uno de los callejones más inmundos de la Zona Roja de ciudad Picapiedra. Debe ser ése el bar que Loncho me dijo en su desvarío de semi-vida.

Deambular solo, de madrugada, por esta zona, no es muy inteligente de mi parte, pero no será la primera vez ni la ultima que mi línea de trabajo me obligue a hacerlo. Gajes del oficio.

Encontré el Hoyo de Queque sin problemas. Su dueño, un roqueño de edad madura, con aspecto de cerdo rechoncho, de nombre Queque Román, me atendió a regañadientes. Los habitantes de los sub-niveles de La Roca tienen un serio problema de no confiar en la autoridad, y quien los puede culpar.

El bar tiene bien ganado su nombre, no es más que un hoyo cavado a la fuerza en la pared de roca-madre. Mal iluminado y mal oliente, su característica más dominante son los amplios ventanales de plexi-glass que permiten ver todo lo que sucede en el callejón aledaño, como si de una pantalla de proyección tridimensional se tratase.

Interrogué brevemente el señor Román sobre los hechos ocurridos cinco noches atrás y me dijo, efectivamente, que su hijo; Casimiro, de diez años, estaba de guardia en la barra aquella noche, porque él sufría de una de sus acostumbradas migrañas.

— ¿Es usted un Detective de verdad? —los muy abiertos ojos del avispado chico me examinaban de arriba abajo.

—Así es chico, me llamo Peña. Me ayudarías mucho en una investigación si me contaras lo que le contaste a la policía Solar de lo ocurrido hace cinco noches en el callejón.

— ¿Usa usted pistola? ¿La puedo ver? —parecía no haberme escuchado.

—No chico, no uso pistola —le mentí. —Soy un detective pacifista.

— ¿Pacifista? —repitió el chico, como si fuera una palabra en otro idioma—. ¿Y eso que es?

—Olvídalo. Cuéntame lo que viste cuando apuñalaron al señor de los niveles superiores.

—Yo lo vi todo, estaba solo, limpiando la barra. Mi papa estaba acostado atrás, borracho como siempre y no escucho nada.

—Muy bien, chico, así me gusta. Sírveme una pinta de Cerveza Lunar, y si me cuentas todo, hasta lo que no les dijiste a los polis, te dejare una buena propina.

Coloqué un cupón plástico de veinte créditos Solares en la mesa, cinco veces más de lo que cuesta la cerveza, y vi como los despiertos ojos del chico se agrandaron como dos huevos fritos.

—Claro, mister detective, tome asiento.

Las manos del pequeño barman manipulaban el vaso y las llaves de bronce que servían el dorado y espumante líquido de manera experta. En pocos segundos, tenía servida frente a mí, una legitima pinta de Cerveza Lunar, en un alto vaso de cristal, con la cantidad perfecta de espuma. Uno de los pocos y raros placeres que pueden darse hoy en día los roqueños hasta de los mas bajos estratos sociales.

Mientras saboreaba el primer trago de mi bebida el chico comenzó:

—Esa noche hubo muy poca gente en el bar, era miércoles. Mi viejo se había emborrachado temprano y se quedo dormido antes de las once. Yo aproveche para cerrar temprano. Normalmente los días de semana abrimos hasta la 1am, si hay clientela, esa noche yo estaba recogiendo ya a las doce y cuarto. —hizo una pausa para beber de su propio vaso con malta negra y luego de limpiarse la boca con un paño, prosiguió. —Lo último que hago antes de cerrar es limpiar el mesón de la barra, como puede ver, desde aquí se observa completica la intersección de la esquina del callejón Oeste con el callejón Sur.

—Lo veo, una visión magnifica de toda la escena del crimen.

—Esta zona es peligrosa, mister, sin duda. He visto todo lo que sucede en este barrio. Cosas feas. Pero la forma en que murió ese señor. Fue algo nuevo para mí.

— ¿Por qué lo dices? ¿Fue muy violenta?

—Todo lo contrario, fue muy… —examinó el techo de piedra pulida mientras buscaba la palabra en su cerebro— …placida.

— ¿A que te refieres? La victima fue apuñalada 8 veces en el pecho —exclamé.— ¿Es esa tu definición de una muerte placida?

—Es difícil de explicar, mister detective, todo sucedió como en cámara lenta. No se escucho ni un ruido, ni un grito, hasta los perros callejoneros estaban ausentes esa noche.

—A ver, chico, calma, empecemos desde el inicio. ¿Dónde ocurrió el asesinato?

— ¿Ve usted la entrada de esa gruta al otro lado de la calle? —su pequeño brazo se extendió hacia un punto ubicado a mis espaldas.

Me volteé y asentí. A unos veinte metros, cruzando la calzada del callejón Sur, pude ver lo que el chico me mostraba; una irregular entrada a otro local mal cavado en la roca-madre. A todas luces parecía ser un sucio prostíbulo clandestino.

—Todo sucedió frente al local de Madame Pompadur. Un picapiedra muy borracho salió del local como a las 12 y veinte…

— ¿Podrías identificarlo? —interrumpí—. ¿Cómo estas seguro que era un picapiedra?

—Por sus ropas, vestía como los trabajadores de las minas. El abrigo que usaba, lo recuerdo bien, verde oscuro, muy pesado y grande, estaba hecho harapos, pero aun se podía leer el logo de Polaris Mining Co. en la espalda. Todos los roqueños reconocemos ese nombre.

—Muy bien, prosigue —le dije mientras me llevaba, una vez mas, el alto vaso de cerveza a los labios.

—El picapiedras salió de donde la vieja Pompadur y no había dado cinco pasos cuando el hombre de la superficie apareció a sus espaldas. Era alto, delgado y con buen aspecto, era obvio que era un forastero, no parecía un roqueño nativo. Este señor empezó a hablarle al picapiedras. Por la distancia no pude entender lo que le decía. Aunque no me hizo falta oírles para darme cuenta de que el señor de la superficie no decía cosas agradables.

— ¿Crees que eran conocidos? Viejos amigos.

—No lo creo, mister detective. La reacción del picapiedras fue instantánea a las palabras del señor; saco de su abrigo un largo y afilado chuzo minero y sus intenciones no parecían nada amigables.

—Entiendo, chico. Continua.

—Aquí es donde la cosa se puso rara, mister detective. El señor de la superficie, en vez de correr por su vida, siguió insultando al picapiedras. O eso imagino yo, ya que veía su boca moverse, pero no lograba escuchar nada. Era como si me hubiera colocado tapones en los oídos, el silencio era absoluto  —hizo una nueva pausa, mas por dramatismo que por otra cosa—. De repente, el picapiedras no lo soporto más y se lanzo, chuzo en mano hacia el señor. ¿Creería usted que en este punto el hombre debió correr para salvarse o al menos defenderse de su atacante, cierto?

Moví la cabeza de arriba a abajo, absorto por la narración del chico.

—Pues nada de eso. El señor no retrocedió ni un milímetro, no emitió ni un solo grito mientras el picapiedras lo apuñalaba varias veces con tanta fuerza que lo tumbo al piso. Una vez en el piso, el minero hizo una pausa, al ver que su victima no se movía, le reviso todos los bolsillos, saco algunas cosas que no pude ver y cuando estuvo satisfecho, levantó la cabeza y miró a ambos lados. El callejón estaba vacío, no hubo testigos. No logró verme porque justo en el momento en que levantó su cabeza, yo escondí la mía bajo la barra. Cuando tuve el valor de volver a levantarme, pude ver la espalda de su abrigo verde desaparecer corriendo hacia la oscuridad del callejón Sur.

 

CONTINUARÁ…

La muerte de un telépata (II)

La muerte de un telépata (II)

< LEE LA PRIMERA PARTE

II

Nuestro sujeto es el Doctor Julián Alonso Quijada-Gutiérrez, hermano mayor del padre de la sseñorita Ana Rossa. Terráqueo, ciudadano español, nativo de Madrid, astrofísico y exo-botánico, retirado, de 65 años, divorciado y sin hijos. Según su ficha policial reside en el cubículo 428-E, un cuartucho en la zona de condominios del Distrito-C, en Ciudad Picapiedra, responde al sobrenombre de Loncho, mide un metro setenta y siete, pesa sesenta y ocho kilos, cabello canoso, sin vello facial, sin cicatrices ni marcas reconocibles. No posee registro criminal.

No posee registro criminal, ¿no es extraño? sin registro criminal, pero el comisionado de policía lo tilda de traidor al Sistema Solar. ¿Cómo es que un traidor a la humanidad no tiene registro criminal?

El dato más revelador de mi búsqueda en los datos policiales, es que hace cinco días en el callejón Oeste del Distrito-H, se reportó un asesinato, la victima, como lo pueden estar adivinando, no es otro que nuestro desaparecido Doctor Quijada-Gutiérrez. El informe de la investigación es tan frugal como su ficha personal. Asesinado de ocho puñaladas entre el pecho y el abdomen con objeto punzo penetrante, se ignora el móvil y el culpable. Se le asigno el caso al detective de homicidios Harry Manduca, un pelmazo si me preguntan a mí. No ha habido arrestos, ni se han señalado sospechosos, el caso se encuentra archivado sin resolver. Y no creo que tengan ninguna intención de hacerlo.

¿Por qué el comisionado de policía de La Roca, olvidaría mencionar al familiar de una victima de homicidio que sabía perfectamente que el cadáver de su querido tío se encontraba conservado en frío criogénico en las neveras de la morgue policial?

La ficha de Loncho es misteriosamente escueta y simplista para mi gusto, a mi me huele a manipulación de registros. Si no puedo confiar en la información que me suministran los medios oficiales, tendré que recurrir a métodos menos ortodoxos. Antes de comunicar la terrible noticia de que halle el cadáver de su tío a la señorita Ana Rosa, debo averiguar quien era realmente este Loncho y porque se encubre su muerte, esto sólo puedo hacerlo a la antigua; pateando la calle. Primera parada, Distrito-C.

Encontrar el conjunto de cubículos que buscaba no fue difícil. El D-C es una zona muy limpia y bien demarcada de La Roca, principalmente residencial, destinada originalmente a dar alojamiento a los trabajadores de rango medio de las minas. En la actualidad es una zona de baja delincuencia, que como toda la ciudad se ha empobrecido y ha perdido su status original. Por ser el único de los niveles superiores con permiso residencial, subdividieron avaramente las estructuras de los otrora amplios condominios para poder alojar la mayor cantidad de inquilinos, por ende se ha multiplicado exponencialmente la densidad poblacional del distrito. El cubículo 428-E, no es mas que un espacio privado de veinte metros cuadrados, que incluye una cama plegable a la pared, una cocinilla de una sola hornilla, una Eter-terminal y baño comunal en el pasillo, todo este lujo por la módica suma de setecientos cincuenta créditos al mes, una ganga si se toma en cuenta que por este precio uno puede pavonearse de ser un habitante de los niveles superiores.

Antes de aventurarme a irrumpir en una morada privada, y evitando caer en una trampa caza-bobos, me dispuse a vigilar el condominio en cuestión desde una distancia prudencial. Ocupe una pequeña mesita al lado de la ventana de un café que se encontraba perpendicular al condominio y desde donde tenía una visión completa de quien entraba y salía del mismo, ordene un expresso minero y me dispuse casualmente a leer el ejemplar del día de La Pizarra de Piedradura y sorber con pasmosa calma mi caliente brebaje. Luego de un par de horas de vigilancia, no pude observar ningún movimiento que llamara mi atención, así que decidí poner en practica uno de mis talentos personales y arriesgarme a entrar en el condominio bajo falsos pretextos.

Ya que el condominio y casi cada milímetro de La Roca se encuentra bajo constante vigilancia de video, entrar a la fuerza en el cubículo no era una opción. Así que busque entre mi colección de credenciales falsas y oprimí el intercomunicador del cubículo del superintendente del conjunto residencial.

Diez segundos más tarde, la voz de una señora mayor y muy molesta respondió el llamado:

—¿Qué quiere? ¿A quién busca?

—Muy buenas tardes, doñita, se que debe estar muy ocupada, no voy a quitarle mucho de su tiempo. —oculte mi verdadera voz con un marcado y muy agudo tono nasal, típico de los terráqueos.

—No me interesa comprar nada de lo que este vendiendo —interrumpió la señora.

—No me encuentro en el negocio de las ventas, mi señora. —señalé al tiempo que acercaba una de mis falsas credenciales a la cámara de circuito cerrado.— Verá, soy abogado de la familia Gutiérrez de la Tierra, y me han enviado a ocuparme de los asuntos del Doctor Julián Alonso, quien habitaba el cubículo 428-E. Mi nombre es Montoya, Iñigo Montoya, abogado, a sus servicios.

—¿De la Tierra? —la voz de la señora había cambiado notablemente.— ¿Qué le paso al pobre de Loncho? ¿Él esta bien?

—No estoy en libertad de dar detalles de una investigación en curso, señora mía. Pero, en mi opinión profesional, yo sospecho juego sucio —pronuncié esto último en tono confidencial y casi susurrándole al micrófono.

Instantáneamente, un sordo chasquido y una corta alarma sonora, me indicaron que la señora superintendente había desbloqueado a distancia la cerradura de la entrada principal, dándome así entrada a la estructura. Bingo.

El chisme es el bálsamo que lubrica todos los engranajes de la sociedad.

Me deshago rápidamente de la súper del edificio luego de haber alimentado su morbo inventándole una historia sobre una herencia reclamada por la familia del doctor desaparecido, ella me dio acceso al cubículo y entonces me dispongo a revisar meticulosamente el habitáculo de la victima.

Estoy seguro de que los esbirros de la Policía Solar y los de la Agencia ya estuvieron aquí antes que yo, y muy probablemente hayan retirado y destruido cualquier evidencia que no quisieran que fuese encontrada, pero ellos no tienen mi olfato.

El cuarto es mas pequeño de lo que imagine, da una triste sensación de claustrofobia entrar en el. No posee ventanas al exterior, solo unas aberturas circulares en las paredes con unos pequeños ventiladores de tres aspas mantienen la habitación aireada, apenas hay espacio para moverse, y eso con la cama plegada a la pared. No hay mucho que ver, solo algunos artículos de aseo personal, ropa, cigarrillos marca Camel, muy difícil de encontrar en La Roca, algunas publicaciones terrestres en papel sintético sobre astrofísica y muchos empaques de comida deshidratada. En el espacio dedicado a la cocina, nada más que una esquina con gabinetes, una hornilla de convección y un horno, encuentro algo peculiar, un porta-vasos plástico del bar La Ostra Azul; un tugurio del Distrito-F frecuentado casi exclusivamente por roqueños veteranos de las Guerras Psíquicas. Si Loncho era cliente asiduo de este lugar, es muy probable que se haya ganado su enemistad Solar luchando del lado de los Picapiedras en las Guerras Solares. Tendré que hacerle una visita social a Panagérico Dulfo, viejo conocido y dueño del bar en cuestión. Continúo mi búsqueda, aplasto mi cuerpo contra la pared contigua para poder desplegar en toda su extensión el catre con colchón que Loncho llamaba cama. Debajo del colchón encuentro un montón de papeles en varios sobres de material sintético, en rápida revisión descubro que son; estados de cuenta, una demanda de patria potestad, un anuncio de cobro de deuda atrasada, algunas cartas personales que me guardo en el bolsillo interno de mi gabardina, y un informe médico.

Éste último fue el que llamó mi atención. Es el informe final de un estudio complicado y muy costoso realizado en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Marte hace cinco meses; un estudio Radio-nuclear del sistema nervioso central. Lo despliego y de entre la jerigonza médica y gracias a mis rudimentarios conocimientos forenses logro descifrar los resultados; paciente: Julián Alonso Quijada, diagnóstico: Agotamiento Nervioso Irreversible.

 

CONTINUARÁ…