Publicación de libro: Premio De Abreu 2021

Publicación de libro: Premio De Abreu 2021

Me resulta muy grato anunciarles que ya se encuentra disponible el libro: Premio De Abreu 2021 en la plataforma de Amazon a nivel global. El libro ha sido publicado bajo el sello editorial: Ediciones Ubikness y puede adquirirse directamente, siguiendo cualquiera de los vínculos de las tiendas de Amazon en estos países:

EE.UU. de AméricaCanadáMéxicoEspañaBrasilReino UnidoFranciaAlemaniaItaliaPaíses BajosAustraliaIndiaArabia SauditaSingapur, y Japón.

Esta compilación consta de doce cuentos cortos, enmarcados en el genero de Ciencia-ficción y creados por doce escritores de toda latinoamerica. La Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía y La Cueva del Lobo convocaron a escritores de todo el mundo de habla hispana a participar en el Premio DeAbreu 2021 y en este libro están dos de los cuentos ganadores, más diez cuentos seleccionados como finalistas.

Los autores y obras publicadas son las siguientes:

  • Alejandro Pavez León (Chile): «Paso de la tierra, cruzo el pasto y llego al cielo»

  • Daniel Figueroa Arias (Costa Rica): «La caída de San Pedro II»

  • Juan Iván González (México): «El Rey Rojo»

  • Javier Garrido Boquete (Venezuela): «El extraño caso del señor Neruda»

  • Joseín Moros (Venezuela): «Un par de corazones»

  • Sergio Gaut vel Hartman (Argentina): «El día de Marte»

  • Santiago Roca (Venezuela): «Diario de sueños»

  • Leonardo García (Venezuela): «El Culto de la Ostra Azul»

  • Roberto Lorenzo (Argentina): «Decisiones»

  • Cristhian José Berrocal (Costa Rica): «Algoritmo»

  • Juan Keller (Argentina): «Ingestados»

  • Osvaldo Barreto (Venezuela): «El médico de los abrumados»

La portada es un concepto de Juan Raffo, un viejo amigo de la casa y asiduo colaborador de la asociación.

 

 

La muerte de un telépata (VI – final)

La muerte de un telépata (VI – final)

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VI

Es hora de pagarles una cordial visita a los simpáticos hermanos McKennistas. Han aparecido en mi investigación mas veces de lo que me hace sentir cómodo.

La sede de la iglesia de La Hermandad Sincrética McKennista de Ceres, está ubicada en una zona bastante decente de La Roca, el DistritoE. Tengo que subir tres niveles por el sistema de elevadores públicos para poder llegar a ellos, lo voy a hacer de inmediato, no me gusta perder el tiempo.

Los McKennistas no tienen el monopolio de la telepatía, pero son la comunidad más grande y organizada de telépatas en el Sistema Solar. Esta secta neo-chamánica y seudo religiosa tiene su mayor concentración aquí en La Roca. Los roqueños y los McKennistas consiguieron un maridaje perfecto por ser dos grupos segregados de minorías humanas que se necesitaban el uno al otro para sobrevivir. Por ende lucharon codo a codo contra el gobierno Solar en las dos Guerras Solares, conflictos bélicos causado por las profundas desigualdades y terribles condiciones en que viven los humanos del cinturón de asteroides.

Yo, como regla general de vida, trato de no involucrarme con individuos que puedan leer mis pensamientos a voluntad, pero en mi línea de trabajo es imposible evitarlo. Contratar los servicios de una agencia anti-psi para protegerme, es un lujo que no puedo darme, eso está reservado para las mega-corporaciones y las súper estrellas. Así que para salvaguardar mis preciadas neuronas, tome un curso por correspondencia de protección anti-psi. No es una garantía absoluta; eso es lo primero que te informan cuando decides tomar el curso, pero me permite ganar tiempo, y eso es todo lo que necesito. Las habilidades que aprendí consisten en poner la mente en blanco, ejercicios de repetición y meditación que me enseñaron a controlar mis pensamientos para escudarlos del sondeo telepático.

Ya en el DistritoE, busco un sitio tranquilo para sentarme, necesito unos minutos para activar mi entrenamiento anti-psi antes de dirigirme a la iglesia McKennista.

Los amplios e iluminados pasillos del DistritoE marcan un fuerte contraste comparados con los oscuros callejones de los niveles más profundos. Se evidencia que estos primeros niveles se construyeron con un plan en mente, en cambio mientras mas profundo se excavó, por la explosión demográfica, se hizo sin orden o plan alguno. Aquí, más cerca de la superficie de La Roca, hay plazas públicas y parques que aun mantienen su estructura. Compro una taza de expresso minero y me siento en un banquito de una pequeña plaza en frente del Café Gato Negro, a pensar y a meditar antes de enfrentarme a los McKennistas.

Sorbo los últimos tragos de mi café sintético y repito por ultima vez los mantras que me enseñaron para proteger mis pensamientos. Cierro los ojos y me levanto finalmente para dirigirme hacia la iglesia, que se encuentra a unos cientos de metros al oeste de donde estaba sentado.

La iglesia de la Hermandad Sincrética McKennista, es un edificio poco llamativo pero muy concurrido. Originalmente fue un centro administrativo para la actividad minera en el asteroide, pero luego de los conflictos Solares, todas las oficinas administrativas fueron trasladadas a Marte. La estructura de dos pisos, asoma su fachada de entre la roca madre y se sitúa en un callejón muy transitado del DistritoE, a su izquierda lo flanquea un bar de mineros y a su derecha un taller de reparación de bots.

Al entrar, fui recibido por una chica muy joven y guapa quien se presento como Leocadia, la asistente de las gemelas Dulfo: Pernilia y Ornelia, quienes dirigen esta sede. Ese nombre se me hace conocido, ¿estarán relacionadas con Panagérico Dulfo, el dueño de La Ostra Azul?, las coincidencias no existen.  Me identifique, y le dije que necesitaba hablar con estas hermanas. Me llevó a una pequeña salita de espera y me pidió que aguardara mientras me anunciaba. Unos minutos después, dos señoras ancianas, casi idénticas, me recibieron en su pequeño y austero despacho. Daban la impresión de ser dos dulces abuelitas, con sus cortos cabellos blancos y sus rosados cachetes, sin embargo, yo sabía que esa impresión era meramente superficial. Se notaba que mi presencia ésa tarde les importunaba en su ajetreada rutina diaria.

— ¿Qué podemos hacer por usted, Señor Peña? —Ornelia fue directo al grano, era evidente quien era la gemela dominante. Pernilia parecía su reflejo, sin embargo se mantenía distante.

—Hermana, disculpe por venir a perturbarla. Me contrató la señorita Ana Rosa Quijada-Gutiérrez, sobrina del Doctor Julián Alonso Quijada-Gutiérrez, para investigar su desaparición. Creo que ustedes conocían muy bien al finado doctor.

—Loncho era uno de nuestros mas queridos hermanos —dirigió la mirada a sus manos entrecruzadas en el regazo—. Fue una muy dura pérdida.

— ¿Sabía que el hermano Loncho cometió suicido, hermana? —yo también iría directo al grano.

Se quedaron muy calladitas por unos instantes, no parecían sorprendidas, mas bien confundidas. Se miraron la una a la otra por un segundo. Ornelia me dirigió una mirada fría y nada amigable.

— ¿Teníamos entendido qua las autoridades lo habían catalogado de asesinato?

Introduje la mano en el bolsillo interno de mi gabardina y saque el volante doblado que había robado de la inmunda habitación y última morada de Kilroy Henry, estire el brazo y se lo acerque a la hermana Ornelia Dulfo. Ella dudó y lo observó como si le estuviera entregando una rata muerta.

Pernilia se estiro y lo tomó de mí mano. Lo leyó para sus adentros y luego observó a su hermana en silencio. Era obvio que se comunicaban telepáticamente.

Luego de un largo silencio Ornelia dijo:

—Su entrenamiento anti-psi, es muy malo, señor Peña. Podemos leer sus intenciones como un libro abierto. — ¡mierda!, pensé. Perdí los reales de ese curso.

—Entonces deben saber que solo me interesa cumplir los deseos de mi cliente: la señorita Quijada. Ella merece saber qué le sucedió a su tío y porqué.

Se miraron de nuevo por unos segundos. Voltearon ambas hacia mí y ahora fue Pernilia quien hablo.

—Señor Peña —comenzó lentamente—, hay mucho de este universo que usted desconoce. Usted habló con el hermano Loncho hace unos días en la morgue ¿no es así? Él ya no esta con nosotros en este plano, sin embargo, eso no significa de ninguna manera, que su esencia haya desaparecido. Nosotros, los Mckennistas estamos en contacto con diversos planos energéticos que coexisten en el universo. Chamanes tan poderosos como el hermano Julián Alonso, son capaces de trascender este plano material y habitar en frecuencias más elevadas de conciencia.

— Pero, ¿por qué tuvo que morir de esa manera?

Volteó a mirar a su hermana de nuevo, casi podía adivinar lo que se decían: “Vamos a decirle. Es inofensivo” “No seas idiota hermana, no confíes en nadie”. Finalmente Pernilia se volteo hacia mí y continúo diciendo:

—Señor Peña. Hay cosas que le podemos decir y otras que no. Espero que la respuesta que le demos sea de la satisfacción de su cliente, ya que no obtendrá nada más de nosotras.

Hizo una corta pausa como para ordenar sus ideas y luego comenzó:

—El doctor Julián Alonso es parte de un designio muy grande y ambicioso para el futuro de la humanidad, que requería que él abandonará para siempre este plano físico —Pernilia hizo otra pausa. Podía sentir la presión mental que su hermana ejercía, estaban teniendo una pelea telepática frente a mí. Finalmente Pernilia gano la riña y continuó—. Lo que nosotros hacemos, nuestro propósito último, no es visto con buenos ojos por aquellos en el poder. Esto, usted lo sabe perfectamente. Las actividades del hermano Loncho estaban comenzando a levantar muchas sospechas, se convirtió en un blanco con un perfil muy elevado. Ya no era libre de realizar las acciones necesarias sin comprometer a toda la organización. Por otro lado, su cuerpo físico estaba empezando a evidenciar los síntomas del deterioro natural por haber sido un soldado durante las guerras psíquicas.

—Loncho estaba sufriendo de Temblores, ¿cierto?

—Ya eran casi incontrolables. Le quedaba poco tiempo —me miró directamente a los ojos y lo próximo que dijo no salió de sus labios—. La manera en que el hermano Loncho eligió para dejar este plano, señor Peña, fue escogencia suya y solo suya. Pero, no tenga duda, lo hizo por el bien mayor de la humanidad, él es un mártir.

 

Deje la iglesia de la Hermandad Sincrética McKennista con mal sabor en la boca y una sensación de vacío en el estomago, aunque es posible que se deba al hecho de no haber probado bocado en dos días. No obstante, no había nada en el relato de las gemelas Dulfo que me hiciera dudar de la sinceridad de sus palabras.

Al regresar a mi oficina, antes que nada, le pedí a Moria que me preparara un sándwich de queso y una gran taza de café. Estaba famélico. Necesitaba poner en orden mis ideas antes de hace lo que tenia que hacer: llamar a la dulce sseñorita Ana Rossa, con su tierno acento marciano y darle el reporte de mis últimos descubrimientos. No creo que le guste ni un poquito lo que le tengo que relatar.

Habían pasado menos de veinticuatro horas desde que recibí la primera Eter-llamada de Ana Rosa, sin embargo, sentía que la conocía de muchas vidas atrás. Había algo en su esencia que me atraía hacia ella.

Cuando su ovalado rostro apareció finalmente en mi Eter-pantalla, parecía haber envejecido veinte años. Estaba ansiosa por escuchar de mí. Comencé mi relato mostrándole el reloj de leontina que había recuperado de la casa de empeño, y rompió a llorar de nuevo. Le conté como descubrí al asesino de su tío en el Dulce Albergue, omitiendo los nauseabundos detalles, por supuesto, y le mostré la nota de suicidio. Ella no entendió al principio, así que proseguí a narrarle la explicación que me dieran las abuelitas McKennistas. Al terminar, ella estaba en negación.

— ¿Qué me tratas de decir, Desiderio? —replicó desencajada. — ¿Qué el verdugo que asesinó a mi tío a sangre fría, merece misericordia? ¿Qué no fue su culpa haberlo matado?

—Lamento tener que decírtelo así, Ana, pero tu tío Loncho, no fue la victima de un asesino —respondí con calma—. Él planeo y ejecutó su suicidio. Kilroy Henry solo fue un pobre diablo cuyas circunstancias estaban más allá de su control. Y creo que pagó el precio más alto por sus actos.

—Eso es absurdo, Desiderio. Mi tío amaba la vida, jamás hubiera cometido suicidio.

—Pues sospecho que por eso escogió a ese desdichado para hacer su trabajo sucio —hice una corta pausa, luego añadí—. ¿Sabias que tu tío sufría de Agotamiento Nervioso Irreversible?

— ¿El tío Loncho sufría de Temblores? —una nota de tristeza salpicó su voz. —Nunca me lo dijo.

—Encontré evidencia de esto en su habitación y las gemelas Dulfo me lo confirmaron.

—Pudo habérmelo dicho, yo lo hubiera ayudado.

—Sospecho que prefirió acabar con su vida a su manera, antes que tolerar una lenta y dolorosa muerte.

Ana hundió el rostro en las manos y sollozo en silencio. Yo sentía unas dolorosas ganas de abrazarla y reconfortarla, no soportaba verla sufriendo. Por unos minutos permanecí en silencio buscando las palabras correctas. Nada de lo que dijera la haría sentir mejor, así que arranque como pude.

—Si hemos de creer en las palabras de las hermanas McKennistas, Ana, tu tío es una pieza fundamental en un plan muy grande cuyo rol no terminó con su muerte. Su asesino, solo fue un peón que cumplió una función en un tablero tan grande, que somos incapaces de contemplar su envergadura. Se que nada de esto mitiga tu dolor, pero creo que debes estar orgullosa del sacrificio que tu tío está realizando por un bien mayor.

Mis palabras lograron hacer que su semblanza se suavizara solo un poco. Estaba funcionando y ella seguía en silencio así que continué.

—Yo soy un hombre sencillo, cariño, no creo en las cosas que no puedo ver, y no pierdo mi tiempo contemplando el infinito. Sin embargo, los McKennistas, creo  yo, saben lo que hacen. Su objetivo final es derrocar al status quo y comenzar una nueva era, ese es un fin por el cual vale la pena dar la vida. Por eso tu tío hizo mutis de este plano, para desaparecer del radar de los Servicios de Inteligencia Solar —hice una pausa, las posibles consecuencias de mis palabras me golpearon de repente—. No deberías discutir estos temas abiertamente con nadie, Ana, podrías estar en peligro solo por hablar de ello. Yo, no tengo ya nada que perder, y la verdad es que desde hace muchos años que no me asustan las autoridades solares, ya no son mas que una triste y obscena caricatura de aristocracia, creo que es hora que les caiga la locha. A la humanidad le hace falta desesperadamente un cambio de paradigma. Si yo tuviera que apostar por el futuro de la raza humana, mi dinero estaría en los McKennistas.

 

 

FIN

La muerte de un telépata (V)

La muerte de un telépata (V)

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V

La descripción que me diera el dueño del Minero Feliz de Kilroy Henry, el desdichado que le trajo el reloj para empeñar, concuerda con la de Casimiro. Me dijo que era un picapiedra consumido por el alcohol, un mendigo conocido perteneciente a la fauna local. Ratero de poca monta y buscapleitos profesional. Siempre le traía baratijas para vender que le había robado a algún incauto. Hasta me describió en detalle el viejo abrigo minero verde; dijo que era “tan grande como hediondo y andrajoso”. Bingo.

El sospechoso acudió al local de empeños la tarde del día siguiente del asesinato, según relató el dueño. Le mintió al contarle que le había robado el reloj a un despistado turista que pescó en la Estación Central a hora pico. El dueño le ofreció una suma muy por debajo del valor real del reloj, arguyendo que era una copia, pero el sospechoso no se quejo, tomó el dinero y huyó sin más. Se le veía nervioso y agitado, por ser un adicto consumado, el dueño no le dio importancia a su extraño comportamiento.

 

Con el reloj a buen resguardado en el bolsillo interno de mi gabardina, regresé a la estación central de elevadores. Tengo que llamar a Moría para que consiga los antecedentes del sospechoso, y aquí, sobreviven los pocos Eter-terminales públicos de la zona.

—Oficina de Desiderio Peña, Investigador privado. ¿En que podemos servirle? —la vos de mi fembot asistente se escuchaba ahogada a través del conmutador de la estación central.

—Moría, cariño. Necesito que indagues toda la información que puedas, sobre una escoria llamada; Kilroy Henry, un malviviente del DistritoH. Antecedentes criminales y laborales, historial medico y familiar, cómplices habituales, pasatiempos y residencia conocida.

— ¿No quieres que averigüe la marca de cigarros que fuma?

—Eso, si, se me olvidaban. Importante.

Un par de bocanadas de mi cigarrillo después, Moría comenzó;

—Kilroy Tiberius Henry, nativo de Ceres, 36 años. Su certificado de nacimiento indica que nació en un túnel de minería, madre y padre picapedreros de la Polaris Mining Co desde la infancia. Ambos fallecidos en un accidente minero hace veintidós años. Kilroy fue picapiedra por quince años, hasta que lo botaron por innumerables faltas al código laboral de la Polaris: ebrio en su puesto de trabajo.

Ha estado preso más de veinte veces, pero ninguna por más de dos semanas. Historial de abuso de substancias; alcohol, nicotina, speed, pizarra, y barbitúricos. Ha estado internado en rehabilitación por drogas y alcohol tres veces. Miembro reincidente de Alcohólicos Anónimos. Cargos por hurto menor, vandalismo, perturbar el orden público, actos lascivos, posesión de drogas, insultar a la autoridad, etc., etc. Nada de delitos mayores en su prontuario, Desiderio.

—Pues parece que el muchacho se cansó de las ligas menores. ¿Tiene residencia registrada?

—Su último domicilio en registro es una pensión en el callejón Saturno del DistritoH, de nombre; El Dulce Albergue del Descanso Eterno.

—Sé donde está. Gracias cariño.

CLICK

 

El Dulce Albergue del Descanso Eterno, es un motelucho apestoso con solo prostitutas y rufianes como inquilinos. En mi época en la Policía Solar hicimos cientos de redadas en esta pocilga buscando sospechosos.

La recepción del Dulce Albergue es un cubículo enrejado al fondo de una pequeña salita de lobby con muebles arruinados y una alfombra cuyo color es difícil de adivinar. El recepcionista veía absorto la pantalla de un pequeño receptor del Eter, donde se reproducía una novelita barata sobre Piratas de Asteroides.

Tuve que golpear la reja con mi revolver para poder llamar su atención.

— ¿Qué carajos? —al ver el arma el recepcionista pego un brinco—. ¿Policía?

—Peor, un Investigador privado bien pagado y muy motivado.

— ¿Qué coño quiere? Aquí los de su clase no son bienvenidos.

—Me importa un comino ser bienvenido, no es una visita social —deslicé cincuenta créditos por la ranura de cobros.

—Con esa canción debió empezar, mister detective motivado. Mi nombre es Lexinterix, en que puedo ayudarlo.

Kilroy Henry, ocupaba la habitación 42 del cuarto piso desde hacia dos años y medio, la ultima vez que salió de rehabilitación. Tiene cuatro semanas de renta vencida, y tres días que no sale de su habitación. Lo que, según el recepcionista, no era algo inusual en él.  Yo sabia que el Dulce Albergue no tenía la política de tener cámaras en las habitaciones, ni sistema de comunicación con los residentes, como otras pensiones, así que, le pedí al recepcionista que me acompañara a la habitación 42 con la llave maestra en mano.

Apenas llegamos al cuarto piso, un leve, pero fétido aroma, comenzó a confirmarme lo que ya sospechaba en mis entrañas.

El hedor a muerte era tan leve que el resto de los inquilinos apenas lo sentían por encima del tufo natural del albergue, pero mi nariz de sabueso nunca se equivoca.

Cuando el recepcionista desbloqueo la pesada puerta de metal de la habitación, una pared de vapor pestilente acumulado nos abofeteo con violencia las fosas nasales. Lexi se fue en vomito de inmediato, yo logre mantener adentro el sandwich de atún que comí en mi almuerzo, pero no sin un gran esfuerzo. La imagen de la escena final en la vida de Kilroy Henry era muy horrenda. El muy desdichado intentó suicidarse, colgando de un grueso mecate atado a una lámpara del techo. Por la posición del cuerpo, la gran cantidad de sangre y el estado de su cráneo, sospecho que la base de la lámpara no soporto su peso, probablemente colgó por unos segundos y luego se rompió, cayendo encima de una sólida mesa de metal que ocupa casi toda la sala de la habitación, partiéndose la cabeza. Vaya forma de morir. Por la lividez del cuerpo y el estado de descomposición debe tener al menos dos días muerto.

Entre los objetos encontrados en su habitación, había lo que parecía ser una nota de suicidio en la mesa de la cocina, la tome con rapidez, y me la guarde en un bolsillo de la gabardina antes que el recepcionista reaccionara de las profundas arcadas que hacia en el pasillo.

 

Minutos después, una comisión de uniformados Solares inundó la escena del crimen. Justo lo que yo no quería. Solo vienen a entorpecer mi trabajo. El detective encargado del caso era al comisario Cornelio Astrolfo, Jefe del Buró contra Homicidios, de la Policía Técnica Solar, otro viejo conocido.

—Como en los viejos tiempos; uno llegaba a la escena de un crimen y encontraba a Desiderio El sepulturero Peña, inclinado inspeccionando un cadáver. Hay cosas que nunca cambian, ¿verdad Peña?

—Comisario Astrolfo. Podría decirle a sus esbirros que no contaminen mi escena del crimen.

—¿ escena del crimen? —pronunció aquella frase en el tono mas burlón que podía y en voz alta para que todos sus tontos sabuesos lo escucharan.

—Yo la descubrí y la estoy investigando —respondí sin alzar la vista del cadáver que examinaba.

—Vamos Peña, no me des bronca —bajó el tono de voz y se me acercó confidencialmente—. Sabes que solo hago mi trabajo. ¿Para quién estas trabajando? Si tú estas aquí, no debe ser solo un desdichado que pateo el tobo.

—No te metas en mi camino, Cornelio. Yo también estoy haciendo mi trabajo.

 

Los “técnicos” en criminalística del comisario Astrolfo, hicieron un desastre con mi escena del crimen, como me lo suponía. Al menos pude registrarla unos minutos antes de que se aparecieran. Hice un rápido interrogatorio entre los vecinos del albergue de Kilroy Henry, todos coincidían en que el sospechoso había entrado a su habitación por ultima vez hace dos días, la madrugada del jueves. Una prostituta muy vieja y arrugada quien ocupa la habitación al final del pasillo, lo había visto entrar aquella noche. Estaba solo, me dijo la fichera, pero me dio la impresión de que hablaba con alguien. Como los locos, pero Kilroy no estaba loco, no señor.

Cuando salí del Dulce Albergue del Descanso Eterno, caminé casualmente por el callejón Saturno hasta llegar a la intersección con el callejón Sur. Encendí un cigarrillo y cuando estaba seguro que nadie me observaba, saque del bolsillo interno de mi gabardina la nota que tome de la mesa de la cocina de Kilroy Henry.

Estaba doblada en cuatro, era un panfleto de la Iglesia De La Hermandad Sincrética McKennista de Ceres. En su anverso, invitaban al público general a sus congregaciones semanales para la meditación y la elevación espiritual. Su reverso lo había escogido Henry para dejarle una nota al cosmos. Escrito con tiza de grafito negra y con una terrible ortografía decía lo siguiente:

 

Yo no quería matarle.

Lo juro.

Él me lo pidió.

 

CONTINUARÁ…

La muerte de un telépata (II)

La muerte de un telépata (II)

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II

Nuestro sujeto es el Doctor Julián Alonso Quijada-Gutiérrez, hermano mayor del padre de la sseñorita Ana Rossa. Terráqueo, ciudadano español, nativo de Madrid, astrofísico y exo-botánico, retirado, de 65 años, divorciado y sin hijos. Según su ficha policial reside en el cubículo 428-E, un cuartucho en la zona de condominios del Distrito-C, en Ciudad Picapiedra, responde al sobrenombre de Loncho, mide un metro setenta y siete, pesa sesenta y ocho kilos, cabello canoso, sin vello facial, sin cicatrices ni marcas reconocibles. No posee registro criminal.

No posee registro criminal, ¿no es extraño? sin registro criminal, pero el comisionado de policía lo tilda de traidor al Sistema Solar. ¿Cómo es que un traidor a la humanidad no tiene registro criminal?

El dato más revelador de mi búsqueda en los datos policiales, es que hace cinco días en el callejón Oeste del Distrito-H, se reportó un asesinato, la victima, como lo pueden estar adivinando, no es otro que nuestro desaparecido Doctor Quijada-Gutiérrez. El informe de la investigación es tan frugal como su ficha personal. Asesinado de ocho puñaladas entre el pecho y el abdomen con objeto punzo penetrante, se ignora el móvil y el culpable. Se le asigno el caso al detective de homicidios Harry Manduca, un pelmazo si me preguntan a mí. No ha habido arrestos, ni se han señalado sospechosos, el caso se encuentra archivado sin resolver. Y no creo que tengan ninguna intención de hacerlo.

¿Por qué el comisionado de policía de La Roca, olvidaría mencionar al familiar de una victima de homicidio que sabía perfectamente que el cadáver de su querido tío se encontraba conservado en frío criogénico en las neveras de la morgue policial?

La ficha de Loncho es misteriosamente escueta y simplista para mi gusto, a mi me huele a manipulación de registros. Si no puedo confiar en la información que me suministran los medios oficiales, tendré que recurrir a métodos menos ortodoxos. Antes de comunicar la terrible noticia de que halle el cadáver de su tío a la señorita Ana Rosa, debo averiguar quien era realmente este Loncho y porque se encubre su muerte, esto sólo puedo hacerlo a la antigua; pateando la calle. Primera parada, Distrito-C.

Encontrar el conjunto de cubículos que buscaba no fue difícil. El D-C es una zona muy limpia y bien demarcada de La Roca, principalmente residencial, destinada originalmente a dar alojamiento a los trabajadores de rango medio de las minas. En la actualidad es una zona de baja delincuencia, que como toda la ciudad se ha empobrecido y ha perdido su status original. Por ser el único de los niveles superiores con permiso residencial, subdividieron avaramente las estructuras de los otrora amplios condominios para poder alojar la mayor cantidad de inquilinos, por ende se ha multiplicado exponencialmente la densidad poblacional del distrito. El cubículo 428-E, no es mas que un espacio privado de veinte metros cuadrados, que incluye una cama plegable a la pared, una cocinilla de una sola hornilla, una Eter-terminal y baño comunal en el pasillo, todo este lujo por la módica suma de setecientos cincuenta créditos al mes, una ganga si se toma en cuenta que por este precio uno puede pavonearse de ser un habitante de los niveles superiores.

Antes de aventurarme a irrumpir en una morada privada, y evitando caer en una trampa caza-bobos, me dispuse a vigilar el condominio en cuestión desde una distancia prudencial. Ocupe una pequeña mesita al lado de la ventana de un café que se encontraba perpendicular al condominio y desde donde tenía una visión completa de quien entraba y salía del mismo, ordene un expresso minero y me dispuse casualmente a leer el ejemplar del día de La Pizarra de Piedradura y sorber con pasmosa calma mi caliente brebaje. Luego de un par de horas de vigilancia, no pude observar ningún movimiento que llamara mi atención, así que decidí poner en practica uno de mis talentos personales y arriesgarme a entrar en el condominio bajo falsos pretextos.

Ya que el condominio y casi cada milímetro de La Roca se encuentra bajo constante vigilancia de video, entrar a la fuerza en el cubículo no era una opción. Así que busque entre mi colección de credenciales falsas y oprimí el intercomunicador del cubículo del superintendente del conjunto residencial.

Diez segundos más tarde, la voz de una señora mayor y muy molesta respondió el llamado:

—¿Qué quiere? ¿A quién busca?

—Muy buenas tardes, doñita, se que debe estar muy ocupada, no voy a quitarle mucho de su tiempo. —oculte mi verdadera voz con un marcado y muy agudo tono nasal, típico de los terráqueos.

—No me interesa comprar nada de lo que este vendiendo —interrumpió la señora.

—No me encuentro en el negocio de las ventas, mi señora. —señalé al tiempo que acercaba una de mis falsas credenciales a la cámara de circuito cerrado.— Verá, soy abogado de la familia Gutiérrez de la Tierra, y me han enviado a ocuparme de los asuntos del Doctor Julián Alonso, quien habitaba el cubículo 428-E. Mi nombre es Montoya, Iñigo Montoya, abogado, a sus servicios.

—¿De la Tierra? —la voz de la señora había cambiado notablemente.— ¿Qué le paso al pobre de Loncho? ¿Él esta bien?

—No estoy en libertad de dar detalles de una investigación en curso, señora mía. Pero, en mi opinión profesional, yo sospecho juego sucio —pronuncié esto último en tono confidencial y casi susurrándole al micrófono.

Instantáneamente, un sordo chasquido y una corta alarma sonora, me indicaron que la señora superintendente había desbloqueado a distancia la cerradura de la entrada principal, dándome así entrada a la estructura. Bingo.

El chisme es el bálsamo que lubrica todos los engranajes de la sociedad.

Me deshago rápidamente de la súper del edificio luego de haber alimentado su morbo inventándole una historia sobre una herencia reclamada por la familia del doctor desaparecido, ella me dio acceso al cubículo y entonces me dispongo a revisar meticulosamente el habitáculo de la victima.

Estoy seguro de que los esbirros de la Policía Solar y los de la Agencia ya estuvieron aquí antes que yo, y muy probablemente hayan retirado y destruido cualquier evidencia que no quisieran que fuese encontrada, pero ellos no tienen mi olfato.

El cuarto es mas pequeño de lo que imagine, da una triste sensación de claustrofobia entrar en el. No posee ventanas al exterior, solo unas aberturas circulares en las paredes con unos pequeños ventiladores de tres aspas mantienen la habitación aireada, apenas hay espacio para moverse, y eso con la cama plegada a la pared. No hay mucho que ver, solo algunos artículos de aseo personal, ropa, cigarrillos marca Camel, muy difícil de encontrar en La Roca, algunas publicaciones terrestres en papel sintético sobre astrofísica y muchos empaques de comida deshidratada. En el espacio dedicado a la cocina, nada más que una esquina con gabinetes, una hornilla de convección y un horno, encuentro algo peculiar, un porta-vasos plástico del bar La Ostra Azul; un tugurio del Distrito-F frecuentado casi exclusivamente por roqueños veteranos de las Guerras Psíquicas. Si Loncho era cliente asiduo de este lugar, es muy probable que se haya ganado su enemistad Solar luchando del lado de los Picapiedras en las Guerras Solares. Tendré que hacerle una visita social a Panagérico Dulfo, viejo conocido y dueño del bar en cuestión. Continúo mi búsqueda, aplasto mi cuerpo contra la pared contigua para poder desplegar en toda su extensión el catre con colchón que Loncho llamaba cama. Debajo del colchón encuentro un montón de papeles en varios sobres de material sintético, en rápida revisión descubro que son; estados de cuenta, una demanda de patria potestad, un anuncio de cobro de deuda atrasada, algunas cartas personales que me guardo en el bolsillo interno de mi gabardina, y un informe médico.

Éste último fue el que llamó mi atención. Es el informe final de un estudio complicado y muy costoso realizado en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Marte hace cinco meses; un estudio Radio-nuclear del sistema nervioso central. Lo despliego y de entre la jerigonza médica y gracias a mis rudimentarios conocimientos forenses logro descifrar los resultados; paciente: Julián Alonso Quijada, diagnóstico: Agotamiento Nervioso Irreversible.

 

CONTINUARÁ…

La muerte de un telépata (I)

La muerte de un telépata (I)

I

Desiderio Erasmo Peña – Investigador Privado. Eso es lo que se lee, en agraciadas y doradas letras en el vidrio esmerilado de la puerta de entrada a mí oficina. Pero, en honor a la verdad y a los eventos recientes, debería decir: Desiderio Erasmo Peña – Imbécil de Oficio.

Siempre me sucede lo mismo, nunca voy a aprender. Me dejo encandilar por unos ojitos bonitos, una historia triste y me embaucan una vez más. Y es aún peor cuando a los ojos bonitos los acompañan unas hermosas y bien torneadas piernas femeninas.

Después de este último caso mí oficina quedo hecha un desastre. La señora Felicia tiene dos meses sin venir a limpiar, ya que he estado ausente y fuera de La Roca desde hace más de tres semanas siguiéndole la pista a una escurridiza y muy hermosa telépata. Mi Fem-Bot secretaria está descargada y sin mensajes. El refrigerador está tan vacío como mí estomago y mí cuenta de créditos. Al menos siempre tengo mí fiel botella de wiskey jupiteriano en el cajón inferior del escritorio.

Todo esté puto año ha sido una completa mierda; y la rubia McKennista que me estafó hasta el ultimo crédito y quien está, en este preciso instante, de polizonte en un carguero de hielo, e ignorante que el mismo está programado a ser desintegrado en los astilleros de Ganímedes, solo fue la cereza de un pastel hecho del más hediondo estiércol. Así que para olvidar las vicisitudes de ésta irritable existencia y mandar todo al mismísimo carajo, me sirvo un generoso trago de mí amargo wiskey, enciendo un cigarrillo, subo los pies al escritorio y me dispongo a perder el tiempo y la conciencia por las próximas horas.

 

No sé en que momento me quedé dormido en el diván, solo sé que estaba soñando con un par de hermosas putas marcianas cuando el incesante timbre del éter-comunicador me despertó. Di un sobresalto y la botella vacía de wiskey rodó por el piso. Anduve a gatas por el suelo de mí mugrienta oficina hasta el escritorio y desde ahí oprimí el interruptor para contestar la llamada.

—Sseñor Peña, ¿está usted ahí? ¿Hablo con la oficina del investigador privado Dessiderio Peña? Buenass. —demandó la voz en el éter-comunicador.

—Ya voy, ya voy, detengan sus corceles —respondí aún desde el suelo. Me maldije a mí mismo; debí dejar cargando a la secretaria antes de quedarme dormido. Hice acopio de las pocas energías que tenía para poder escalar la silla del escritorio y quedar de frente a la pequeña y sucia pantalla de comunicación.

—Soy Peña —dije finalmente restregándome el rostro con ambas manos.

—Disculpe la hora, sseñor Peña —dijo la voz del otro lado del Éter. Mis ojos aun no lograban enfocar en los detalles, solo veía la forma redondeada del rostro de una joven, recortado por una cabellera abundante y muy oscura. Su voz era agradable y dulce, pronunciaba marcando las silabas y arrastrando las eses, típico de los nativos de Marte. — Mi nombre es Ana Rossa Quijada-Gutiérrez.

Hubo un largo silencio.

—¿Y eso debe significar algo para mí? —pregunté finalmente, interrumpiendo el cantar de los grillos.

—Disculpe, ssolo pensé que necesitaba un minuto para aclarar su mente.

—Estaba en lo correcto. Ya paso el minuto. Me podría decir el motivo de su llamada.

 

Para acortar la larga historia que me contó la joven marciana, lo resumo; ella necesita ayuda para hallar a un familiar perdido. Un caso muy sencillo de persona extraviada, un anciano solo, exilado en La Roca desde hace veinte años, nadie ha sabido ni oído de él desde hace una semana. No me interesó el asunto, le sugerí que lo denunciara a la Policía, me dijo que ya lo había hecho, pero el Comisionado en Jefe de Policía de La Roca le había dicho que no se molestaba en buscar a traidores al Sistema Solar. Dándome a entender que su tío, no era un personaje muy querido por el status-quo Solar. Esto fue lo que despertó mí interés. Sin embargo, intentando ahuyentarla aún, le propuse exorbitantes honorarios profesionales para tomar el caso, que para mí sorpresa acepto sin chistar, acto seguido, me transfirió cinco mil créditos para empezar a investigar. Y así de sencillo, tenía trabajo de nuevo.

 

Primero lo primero. Cargar a Moría, mí Fem-Bot secretaria, necesito que se conecte a los bancos de datos de la Policía Solar en el Éter.

Moría es la mejor inversión que he hecho en mí vida, a pesar de que la compre de segunda mano y que es un modelo sacado de circulación, sigue siendo una joya. Su nombre no lo escogí yo, fue el dueño original y nunca me tome la molestia en cambiarlo, supuestamente es el nombre de una diosa griega o algo así. Fem-Bot modelo BERTIE-3000, fabricada en Marte. Un modelo de hace unos veinte años, pero su única diferencia con los modelos modernos reside en la estética. Moría jamás podría pasar por un humano real, como las actuales; unas abominaciones, si me preguntan a mí. Los androides deben lucir como tal; cuerpo humanoide, modulo de personalidad, modulo empático y listo.

El único problema con Moría son sus baterías de litio, casi han consumido sus ciclos de carga y por más que he intentado hacerles modificaciones, cuando está desenchufada de la pared, cada vez la carga le dura menos. Y son cada vez más largos los tiempos de carga, desde hace unos meses siento que cualquier oportunidad puedes ser la última.

 

Dos horas de carga después, Moría despertó.

Es increíble como nos hemos vuelto esclavos de la tecnología a tal grado, que yo seria un completo inútil si no pudiera acceder al Éter. Aunque ningún pellejo sintético podría igualar mi sutil encanto natural o mi agudo intelecto.

 

—Un gusto verte de nuevo, Desiderio —dijo Moría repentinamente mientras sus vidriosos ojos cobraban luz y color.— Pensé que la próxima ves que vería luz seria en un deshuesadero de bots.

—Aún no he pateado el balde, querida Moría. —respondí mientras la desconectaba de la toma de energía de alta potencia de la pared.

—¿Cómo te fue con la rubia? —preguntó volteando todo su cuerpo sintético hacia mí.

—No querrás saber.

—Te lo advertí. Esa chica olía a problemas. Una chica tan guapa con destrezas psíquicas son malas noticias.

—Lo sé, lo sé, no tienes que leerme la cartilla, vieja amargada.

—Viejos sus dientes, señor Peña. —respondió Moría aparentemente ofendida y volteándose con un gesto de desprecio.

—No te molestes, chica. Mira que tenemos un caso y necesito de tu ayuda.

—¿Otro? ¿Tan pronto? Vaya que usted tiene suerte señor Desiderio Erasmo Peña.

 

 

 

 

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