I

Desiderio Erasmo Peña – Investigador Privado. Eso es lo que se lee, en agraciadas y doradas letras en el vidrio esmerilado de la puerta de entrada a mí oficina. Pero, en honor a la verdad y a los eventos recientes, debería decir: Desiderio Erasmo Peña – Imbécil de Oficio.

Siempre me sucede lo mismo, nunca voy a aprender. Me dejo encandilar por unos ojitos bonitos, una historia triste y me embaucan una vez más. Y es aún peor cuando a los ojos bonitos los acompañan unas hermosas y bien torneadas piernas femeninas.

Después de este último caso mí oficina quedo hecha un desastre. La señora Felicia tiene dos meses sin venir a limpiar, ya que he estado ausente y fuera de La Roca desde hace más de tres semanas siguiéndole la pista a una escurridiza y muy hermosa telépata. Mi Fem-Bot secretaria está descargada y sin mensajes. El refrigerador está tan vacío como mí estomago y mí cuenta de créditos. Al menos siempre tengo mí fiel botella de wiskey jupiteriano en el cajón inferior del escritorio.

Todo esté puto año ha sido una completa mierda; y la rubia McKennista que me estafó hasta el ultimo crédito y quien está, en este preciso instante, de polizonte en un carguero de hielo, e ignorante que el mismo está programado a ser desintegrado en los astilleros de Ganímedes, solo fue la cereza de un pastel hecho del más hediondo estiércol. Así que para olvidar las vicisitudes de ésta irritable existencia y mandar todo al mismísimo carajo, me sirvo un generoso trago de mí amargo wiskey, enciendo un cigarrillo, subo los pies al escritorio y me dispongo a perder el tiempo y la conciencia por las próximas horas.

 

No sé en que momento me quedé dormido en el diván, solo sé que estaba soñando con un par de hermosas putas marcianas cuando el incesante timbre del éter-comunicador me despertó. Di un sobresalto y la botella vacía de wiskey rodó por el piso. Anduve a gatas por el suelo de mí mugrienta oficina hasta el escritorio y desde ahí oprimí el interruptor para contestar la llamada.

—Sseñor Peña, ¿está usted ahí? ¿Hablo con la oficina del investigador privado Dessiderio Peña? Buenass. —demandó la voz en el éter-comunicador.

—Ya voy, ya voy, detengan sus corceles —respondí aún desde el suelo. Me maldije a mí mismo; debí dejar cargando a la secretaria antes de quedarme dormido. Hice acopio de las pocas energías que tenía para poder escalar la silla del escritorio y quedar de frente a la pequeña y sucia pantalla de comunicación.

—Soy Peña —dije finalmente restregándome el rostro con ambas manos.

—Disculpe la hora, sseñor Peña —dijo la voz del otro lado del Éter. Mis ojos aun no lograban enfocar en los detalles, solo veía la forma redondeada del rostro de una joven, recortado por una cabellera abundante y muy oscura. Su voz era agradable y dulce, pronunciaba marcando las silabas y arrastrando las eses, típico de los nativos de Marte. — Mi nombre es Ana Rossa Quijada-Gutiérrez.

Hubo un largo silencio.

—¿Y eso debe significar algo para mí? —pregunté finalmente, interrumpiendo el cantar de los grillos.

—Disculpe, ssolo pensé que necesitaba un minuto para aclarar su mente.

—Estaba en lo correcto. Ya paso el minuto. Me podría decir el motivo de su llamada.

 

Para acortar la larga historia que me contó la joven marciana, lo resumo; ella necesita ayuda para hallar a un familiar perdido. Un caso muy sencillo de persona extraviada, un anciano solo, exilado en La Roca desde hace veinte años, nadie ha sabido ni oído de él desde hace una semana. No me interesó el asunto, le sugerí que lo denunciara a la Policía, me dijo que ya lo había hecho, pero el Comisionado en Jefe de Policía de La Roca le había dicho que no se molestaba en buscar a traidores al Sistema Solar. Dándome a entender que su tío, no era un personaje muy querido por el status-quo Solar. Esto fue lo que despertó mí interés. Sin embargo, intentando ahuyentarla aún, le propuse exorbitantes honorarios profesionales para tomar el caso, que para mí sorpresa acepto sin chistar, acto seguido, me transfirió cinco mil créditos para empezar a investigar. Y así de sencillo, tenía trabajo de nuevo.

 

Primero lo primero. Cargar a Moría, mí Fem-Bot secretaria, necesito que se conecte a los bancos de datos de la Policía Solar en el Éter.

Moría es la mejor inversión que he hecho en mí vida, a pesar de que la compre de segunda mano y que es un modelo sacado de circulación, sigue siendo una joya. Su nombre no lo escogí yo, fue el dueño original y nunca me tome la molestia en cambiarlo, supuestamente es el nombre de una diosa griega o algo así. Fem-Bot modelo BERTIE-3000, fabricada en Marte. Un modelo de hace unos veinte años, pero su única diferencia con los modelos modernos reside en la estética. Moría jamás podría pasar por un humano real, como las actuales; unas abominaciones, si me preguntan a mí. Los androides deben lucir como tal; cuerpo humanoide, modulo de personalidad, modulo empático y listo.

El único problema con Moría son sus baterías de litio, casi han consumido sus ciclos de carga y por más que he intentado hacerles modificaciones, cuando está desenchufada de la pared, cada vez la carga le dura menos. Y son cada vez más largos los tiempos de carga, desde hace unos meses siento que cualquier oportunidad puedes ser la última.

 

Dos horas de carga después, Moría despertó.

Es increíble como nos hemos vuelto esclavos de la tecnología a tal grado, que yo seria un completo inútil si no pudiera acceder al Éter. Aunque ningún pellejo sintético podría igualar mi sutil encanto natural o mi agudo intelecto.

 

—Un gusto verte de nuevo, Desiderio —dijo Moría repentinamente mientras sus vidriosos ojos cobraban luz y color.— Pensé que la próxima ves que vería luz seria en un deshuesadero de bots.

—Aún no he pateado el balde, querida Moría. —respondí mientras la desconectaba de la toma de energía de alta potencia de la pared.

—¿Cómo te fue con la rubia? —preguntó volteando todo su cuerpo sintético hacia mí.

—No querrás saber.

—Te lo advertí. Esa chica olía a problemas. Una chica tan guapa con destrezas psíquicas son malas noticias.

—Lo sé, lo sé, no tienes que leerme la cartilla, vieja amargada.

—Viejos sus dientes, señor Peña. —respondió Moría aparentemente ofendida y volteándose con un gesto de desprecio.

—No te molestes, chica. Mira que tenemos un caso y necesito de tu ayuda.

—¿Otro? ¿Tan pronto? Vaya que usted tiene suerte señor Desiderio Erasmo Peña.

 

 

 

 

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